Sunday, September 07, 2008

traficantes de fe


El sacerdote representa para mí la suma de todo en lo que no creo. Es la síntesis perfecta de todo lo que una persona no debería ser. Esta es mi opinión personal por supuesto, y todos aquellos que creen exactamente lo contrario deben tener sus razones para pensar de la forma en que lo hacen.
Por mi parte, tengo muy claras las razones por las cuales no puedo estar treinta metros a la redonda de un sacerdote sin sentir la necesidad de salir huyendo.
El sacerdote es un traficante. El único producto con que cuenta para traficar y ganarse la vida es esa suma de ignorancia, miedo y superstición al que el gusta llamar fé. Vive a base de limosnas porque no produce nada útil. No le queda otro remedio.
Los traficantes de la fe se aprovechan impúdicamente de la ignorancia y de la miseria de las demás personas. Allí en donde cunde la ignorancia, el sacerdote es rey. ¿Qué hicieron los sacerdotes para merecerse el respeto y reverencia de sus feligreses? ¿No sentirán vergüenza y asco por su persona cuando la gente más pobre y desesperada se acerca a ellos depositando toda su confianza (Y dinero) en sus manos? ¿No se despreciarán muy en sus adentros cuando la gente les besa los anillos a modo de saludo?
Se llaman a sí mismos los representantes de un hombre que predicaba la humildad, sin embargo aprovechan la más mínima oportunidad para explotar la desesperación de sus creyentes. Saquean sin distinción los bolsillos de los más ricos y los más pobres. Se mueven desvergonzadamente en todos los círculos sociales, predicando la supuesta palabra de Dios, que no es otra cosa que un compendio de dogmas, mentiras y prejuicios que se han ido pasando a través de la historia de la humanidad de una generación a otra desde tiempos inmemoriales.
Creen ser personas cultas e intelectualmente superiores porque para llegar a ser sacerdotes deben estudiar teología por muchos años. Por más que lo pienso, no puedo comprender como es posible consagrar tantos y tantos años de la vida al estudio de la nada. Jamás he abierto un libro de teología. Ni siquiera por curiosidad.
El miedo es la principal arma del sacerdote. La ignorancia su mejor aliada. Allí en donde florece la cultura, el conocimiento y la ciencia, el sacerdote se muere de hambre. Es por esta razón que el sacerdote necesita utilizar todos los medios posibles e imaginables que tenga a su alcance para mantener a la gente desinformada, ignorante y alejada del conocimiento. El sacerdote aborrece la ciencia. Sabe que la ciencia puede hacer polvo sus “argumentos” en un abrir y cerrar de ojos. El sacerdote no sustenta sus discusiones con argumentos racionales sino con dogmas falsos frecuentemente irracionales. No educa. En su lugar predica. No produce conocimiento nuevo, sino que echa mano de ignorancia del pasado y obstaculiza por todos los medios la generación de conocimiento nuevo.
El sacerdote, ese traficante despreciable de la fe y explotador de la miseria y de la soledad humana, se gana la vida a base de un método muy simple que funciona a base de una amenaza y una promesa, ambas igualmente falsas. Por un lado infunde el miedo y el terror entre sus creyentes amenazándolos con el fuego eterno de un infierno inexistente. Por el otro les promete la vida eterna y la entrada a la gloria de un cielo igualmente inexistente. Es a base de este mecanismo tan primitivo y simple como ha podido subsistir desde el inicio de los tiempos. La sobrevivencia de los sacerdotes y la reverencia y protección que una sociedad les otorga es un fiel reflejo del retraso cultural y la ignorancia en la cual se encuentra sumida dicha sociedad. Mi país es un triste paradigma de esa afirmación.