Wednesday, June 30, 2010

el recuerdo de la ausencia




La única muerte verdadera es el olvido. Nuestro paso por este mundo es breve, apenas un suspiro. Nuestra desaparición material es el fin de todas las cosas en cuanto a que no creo que exista nada más allá. Pero nuestra ausencia física no significa que estemos destinados a desaparecer del todo.



Dejando a un lado a nuestra descendencia, o a la posible obra que dejemos, creo que lo único que le da un sentido a nuestro fugaz paso por este mundo son las memorias y los instantes que dejamos impresos en la mente de las personas que tenemos a nuestro alrededor.



Creo yo que perdemos el tiempo temiéndole a la muerte. La muerte nos acompaña durante todo nuestro trayecto. A veces la ignoramos. A veces nos preocupa. En algún momento nos hacemos conscientes de su presencia y del irremediable destino que representa, y por un momento corremos el riesgo de sentirnos solos y desamparados.



En un mundo sin Dios y sin una luz al final del túnel, cuando nos llega el momento de ver a la muerte a los ojos, la primera pregunta que nos asalta es como encontrarle un sentido a nuestra vida, cuando la esencia misma de esta parece oponerse a que lo tenga.



Dios le da un sentido a nuestra existencia. Nos hace sentir especiales. La vida eterna parece un aliciente válido para todos nuestros esfuerzos y un consuelo necesario para nuestras tantas otras penas. Sería maravilloso que las cosas fueran tan fáciles. Pero lo cierto es que parece mucho más probable que todo el concepto de un Dios creador que vela por nosotros y la vida eterna que nos ofrece al final de nuestra jornada sean más una salida fácil, producto de nuestro mismo miedo y soledad, que una existencia real externa e independiente a nuestra mente.



¿Que es lo que nos queda entonces? La opción de creer siempre está abierta y no pretendo juzgar a aquellos que deciden tomar esa ruta. Es más cómoda y acogedora, y la opción de abandonar a Dios parece en un principio un aterrador salto al vacío que nadie en su sano juicio parecería querer como elección.



Sin embargo, lo cierto es que la realidad es una, y esta -lamentablemente- no tiene la mínima obligación de resultarnos agradable de ninguna forma.



Al vernos entonces en el espectro de un mundo sin Dios, y pasando el terror momentáneo que nos invade en un principio -y que nunca se va por otro lado, pero disminuye de intensidad- nos vemos obligados a replantearnos las cosas y tratar de buscarle un sentido a nuestras vidas dejando a un lado los consuelos fáciles pero inconsistentes.



Entramos entonces en un humilde terreno en el que los detalles aparentemente fútiles e irrelevantes comienzan súbitamente a cobrar un valor especial y cada vez mayor.



Tal vez sea cierto -y lo es- que nuestra existencia es en esencia algo irrelevante cuando la observamos bajo la lente de una escala de tiempo lo suficientemente grande. Pero es precisamente entonces -cuando nos damos cuenta de ese hecho- que debemos aprender a ser humildes y echar mano de los más pequeños y aparentemente triviales detalles de nuestra vida para tratar de edificarle un sentido y propósito, aunque sea solo ante nuestros ojos.



El tratar de ser feliz me parece un buen inicio aunque no sea hablar de poco, ya que como es bien sabido, es esta la más dificil tarea de todas y en ella inician y terminan las alegrías y penas de todos nuestros esfuerzos terrenales.



Quizá aún más importante que esto sea el tratar de hacer felices a las personas que fugazmente se cruzan en nuestro camino a cada paso que damos. Esos seres tan insignificantes y valiosos a un tiempo como nosotros, tan confundidos y solos, tan desamparados y desprotegidos, que casualmente pasan sus vidas en nuestra misma escala temporal, dándonos la irrepetible oportunidad de compartir unos años, unos meses, unos días, una tarde o una noche.



El recuerdo de un buen momento, el socorro en un problema, el consejo en un dilema, el consuelo en una pena, la impresión de nuestras palabras y nuestros actos en la vida de alguien más, es en esencia lo que tenemos para edificarle un propósito a nuestra vida.



No es mucho pero es todo y lo mejor que tenemos.

Monday, June 28, 2010

el otro fundamentalismo


"Esta será una lucha monumental del bien contra el mal"

George W. Bush
- Declaraciones emitidas antes de la Invasión a Irak en 2003-

"Esta manifestación es contra el terrorismo. El terrorismo de Estados Unidos. Los estadounidenses arrestan y matan a mujeres y a niños. Insultan a las personas mayores y asesinan a los jovenes. El terrorismo es Estados Unidos."
Ciudadano Iraquí
- Entrevista cedida durante una manifestación posterior a la invasión de Irak por la administración de George W. Bush -

Cuando se trata de hablar de fundamentalismo religioso, inmediatamente todos dirigen su mirada hacia el oriente medio y el mundo musulmán. Y si bien es cierto que éste constituye el ejemplo más visible e indefendible del aterrador espectro del fundamentalismo, lo cierto es que existen otros ejemplos en muchas otras regiones del mundo del mismo fenómeno, que no por ser menos publicitados y mencionados, dejan de ser focos rojos para el surgimiento de movimientos peligrosos en un futuro no tan lejano.

El mundo musulmán resulta el ejemplo mas obvio de este peligroso fenómeno por más que obvias razones. Recurriendo a las raices mismas del término, el fundamentalismo religioso se refiere a la tendencia de interpretar literalmente aquello que está escrito en los supuestos "libros sagrados" como la norma que rige todos y cada uno de los aspectos de la vida de sus respectivos creyentes.

El Islam, como casi ninguna otra religión del mundo, tiene esa tendencia a interpretar de forma estrictamente literal las "enseñanzas" de ese mamotreto medieval al que llaman Corán con resultados frecuentemente horrendos. Libro atroz como pocos, el Corán es un compendio insufrible de maldad y estupidez humana que no vale la pena ni como tema de conversación. Sin embargo, tal y como frecuentemente sucede con este tipo de libros espantosos pero innegablemente peligrosos, debemos permanecer siempre alertas ante la imparable expansión del fundamentalismo islámico y hacer lo que humanamente esté a nuestro alcance por detenerlo, haciendo uso de medios pacíficos y racionales.

No resulta sorprendente que el mundo occidental se horrorice al observar las lapidaciones de mujeres adúlteras en Irán, o la amputación de manos a los ladrones en plazas públicas de Afgánistán. Resulta entre cómico, rídiculo e indignante lo que pasó hace unos años con la publicación de esas trístemente celebres historietas que retrataban a Mahoma por parte de un periódico danés, y la repercusión que ese hecho aparentemente trivial tuvo en el mundo musulmán. Como habrá de recordarse, se quemaron banderas danesas en todos los países islámicos, se incendiaron embajadas -no solo danesas sino de otros países europeos que nada tenían que ver con las historietas- y se asesinaron cristianos en nombre del honor del profeta Mahoma, ese paedófilo criminal, asaltante de caravanas, que en el siglo VII DC tuvo a bien fundar esta abominable religión. Se pidió a Dinamarca en repetidas ocasiones que se disculpara públicamente por la grave ofensa perpetrada (¿Disculparse de que? ¿En donde esta la grave ofensa? ¿Porque tendría que disculparse un país occidental con derecho a la libertad de expresión ante otro, simplemente porque éste último aún se rige bajo leyes medievales? ¿Es acaso eso culpa del país occidental en cuestión?)

En pocas palabras, la barbarie, la estupidez y la profunda ignorancia que alimenta el fundamentalismo islámico es indefendible desde cualquier punto de vista. Es éste uno de los principales focos rojos que amenazan la paz de este siglo y como dije antes, por más irrisorios y ridículos que nos parezcan sus preceptos, no podemos darnos el lujo de ignorarlos, cruzarnos de brazos y esperar que esta ideología medieval, misógina, homofóbica e intolerante continue prosperando sin freno alguno.

Dejando momentaneamente a un lado al islám -o por ser más específicos, al fundamentalismo islámico o islamismo, o teocracia islámica- me interesa referirme a otros ejemplos de fundamentalismo religioso mucho menos publicitados pero potencialmente igual de aberrantes y peligrosos que el islámico.

Resulta muy cómodo para el mundo occidental el etiquetar al islám como el máximo villano a combatir y perder de vista los ejemplos que tiene en casa.

Habremos de recordar que todas las religiones del mundo - o por lo menos la inmensa mayoría de ellas- tienen dentro de sí mismas la semilla para la aparición del fundamentalismo y la intolerancia. El islam no es un caso aislado. En las religiones, esto no es la excepción sino la norma.

Si aceptamos como cierto el hecho de que el fundamentalismo religioso más peligroso en el mundo oriental es el que se está gestando en el Islam, habremos también de aceptar que la variante occidental más peligrosa del mismo fenómeno es la que actualmente se está desarrollando en los Estados Unidos de America.

Contrario a lo que podría pensarse del páis occidental más industrializado y económicamente poderoso del mundo, los Estados Unidos están lejos de encontrarse a la vanguardia cultural o educativa del mundo. Lejos de esto, en los últimos años -en particular en esos ocho insufribles años de la era de George W. Bush- se ha observado un notorio y escandaloso retroceso en las relaciones entre la ultraderecha cristiana y la política estadounidense, así como en los programas educativos de dicho país, continuamente amenazados por la ignorancia de líderes cristianos que insisten en inmiscuirse en areas que no son de su competencia y en las que nada tendrían que intervenir.

Irán y el resto de los países musulmanes no son los únicos estados del mundo que se inclinan por la teocracia -probablemente el peor sistema político imaginable de todos cuantos se conocen- a la hora de tomar decisiones importantes y obtener el apoyo de sus pueblos para la consecución de sus metas. Los Estados Unidos de America también lo han hecho desde su fundación y hasta nuestros días. A pesar del ateísmo y la absoluta inclinación por un estado laico por parte de los padres fundadores de los Estados Unidos -Estados Unidos, no Ámerica ni Norteamérica-, en innumerables ocasiones los estadounideses han recurrido a Dios y a la religión para promover sus planes expansionistas y obtener el apoyo del pueblo para la guerra. No es ningún secreto que un sustancial porcentaje de líderes políticos estadounidenses pasados y presentes -incluyendo por supuesto a innumerables expresidentes- han llevado a su pueblo a embarcarse en guerras e invasiones ilegales a países desprotegidos, movidos por la convicción de que su país se encuentra del alguna manera predestinado por Dios para conducir el destino del mundo.

El aparentemente inocuo "In God we trust" impreso en todos los billetes de dólar es una frase que esconde en sí misma una peligrosa enseñanza acerca de la concepción que una sustancial parte de la población estadounidense tiene del nacimiento y destino de su país.

Basta recordar que George W. Bush afirmó en alguna ocasión que Jesús mismo le ordenó la invasión de Irak, y que confiaba ciegamente en que Dios le apoyaría en la justicia de su causa (Es una pena que Dios haya omitido decirle que no existían armas de destrucción masiva en ninguna parte de Irak, pero ya se sabe que Sus designios son misteriosos)

Así pues ¿Existe alguna diferencia entre las delirantes razones que esgrimió Bush para justificar la invasión de Irak con el contenido del discurso de cualquier imán musulmán alentando a su pueblo a llevar a cabo la sagrada jihad? En esencia el contenido y la ideología es la mísma, con la diferencia de que quien pronunció la primera alocución contaba para ese momento con el control del ejercito más grande y poderoso del mundo, así como con el apoyo casi incondicional de su pueblo -el país económicamente más poderoso del orbe.

El fundamentalismo religioso de la ultraderecha cristiana estadounidense es igual de peligroso que su contraparte islámico y la creciente influencia que ésta tiene en el control de los movimientos de su gobierno es una amenaza que no nos puede pasar inadvertida. Una excesiva influencia de grupos fundamentalistas religiosos -sea de la religión que sean y aqui poco importa si son musulmanes, católicos, cristianos o judíos- en el funcionamiento de un gobierno tan poderoso como el estadounidense constituye una amenaza gigantesca a la paz y estabilidad del mundo.

Aqui tenemos que agregar otro ingrediente a este caldo de cultivo para el desastre al recordar que la inmensa mayoría de la población estadounidense se encuentra actualmente sumida en el analfabetismo científico y un nivel cultural de conocimientos ínfimo. En El mundo y sus demonios, el brillante Carl Sagan divulgaba los escandolosos resultados de encuestas aplicadas a estudiantes y otros ciudadanos promedio estadounidenses en donde quedaba a la luz, entre otras cosas, que la gran mayoría de ellos eran incapaces de ubicar a Japón en un mapa o en establecer si la tierra giraba alrededor del sol o era éste el que giraba alrededor de la tierra.

A pesar de los años transcurridos trás la publicación de este libro, las cosas no han variado mucho, y en algunos sentidos incluso han empeorado aún más. Como ejemplo de esto solo nos basta con recordar el éxito que han tenido los llamados creacionistas en su intento por frenar la enseñanza de la evolución y la selección natural darwiniana en las escuelas y sustituirla por la doctrina bíblica que establece que los primeros seres humanos fueron Adán y Eva, que éstos fueron creados a imagen y semejanza de Dios, y que el universo fue creado en los siete días del cuento del Génesis, por lo que la edad de éste no son los 18 mil millones de años que establece la teoría del Big Bang, sino apenas unos seis mil años, ya que esa es la cifra resultante tras la suma de todos los patriarcas bíblicos hasta la fecha (¿Me preguntó quien fue el pobre infeliz al que le encargaron realizar esa suma?)

Así las cosas. Por más ridículos que nos resulten los preceptos que defienden los creacionistas, y por más indignantes que sean sus desesperados intentos por frenar el avance del conocimiento humano -especialmente si tenemos en cuenta que su arena de combate son las escuelas de enseñanza básica-, lo cierto es que en los últimos años han tenido un espectacular avance en su labor oscurantista, facilitada en gran parte por esos ocho recientes años de terror repúblicano.

Asi que ¿En donde se encuentra la diferencia de fondo entre el fundamentalismo islámico guiando las riendas de países musulmanes como Irán y Pakistán y el fundamentalismo cristiano inmiscuyendose en las más importantes decisiones de gobiernos occidentales tan poderosos como el estadounidense?

Sunday, June 27, 2010

odio y estupidez en la frontera



Los recientes crímenes de odio acaecidos en la frontera entre México y los Estados Unidos son un foco de alerta que no nos puede pasar inadvertido.

Hace pocas semanas se alzó cierto revuelo ante la difusión de un video que captura el momento exacto en el cual un mexicano grita desesperadamente en sus últimos momentos, al ser asesinado a golpes por miembros de la patrulla fronteriza.

Solo unos cuantos días después, otro acéfalo miembro de la misma organización consideró perfectamente racional y justificable contestar a una supuesta "agresión con piedras" desde el otro lado de la frontera desenfundando su arma e introduciendo una bala en el cráneo de su letal atacante, quien a la postre sería identificado como un niño de 14 años.

En las breves entrevistas que ofrecieron a los medios, los representantes de esta desprestigiada y aborrecible institución -la border patrol- que cada día parece esforzarse más y más en consagrarse como una auténtica vergüenza de la humanidad, no ofrecieron el menor atisbo de algo remotamente parecido a una disculpa, por lo que fue el evidente e injustificable asesinato de un adolescente "armado" con una piedra, a manos de un oficial de policía armado con un revolver.

De cualquier forma sabemos que la disculpa hubiera valido de poco, porque al final de cuentas el adolescente muerto está, pero hubiera sido el mínimo gesto de vergüenza en respuesta a lo que fue un innegable crímen de odio. Un asesinato repugnante perpetrado por un criminal miserable que en un mundo más justo que éste, debería estar en estos momentos tras las rejas.

Thursday, June 24, 2010

el grito y el silencio



"Dios es el silencio del Universo, y el hombre es el grito que da sentido a ese silencio"


- José Saramago

"Los cuadernos de Lanzarote"


Existe una abismal diferencia entre creer en Dios y creer en las religiones. Se tratan, muy a pesar de lo que digan los sacerdotes, de dos cuestiones completamente diferentes que no necesariamente deben ir juntas.


En diferentes momentos llegué a la conclusión de que no podía ser congruente con mi forma de pensar y creer primero en la validez de los sistemas religiosos, y en último término, en la existencia de Dios. O por lo menos en la existencia de un Dios antropomórfico, personal y emocionalmente satisfactorio y conveniente para nuestra salud mental como el que proponen la mayoría de las religiones organizadas del mundo.

Con el paso del tiempo, mis opiniones acerca de la religión, en particular acerca de la católica, con la cual tengo la desgracia de tener un mayor contacto, fueron pasando de la duda y el cuestionamiento a la indignación y la rabia.

Hoy por hoy no puedo exponerme a la petulante actitud con que los ministros religiosos pretenden imponer sus dogmas medievales sin la necesidad de aportar pruebas que sustenten sus teorías o entrar en un debate racional -como le es exigido a todos los demás-, sin experimentar náuseas en el intento.

Porque una cosa es respetar el derecho de toda persona a profesar una religión si así lo desea, y otra muy diferente es aprovecharse de esa misma libertad para imponer esas creencias dogmáticas personales en asuntos públicos, pretendiendo evadir la obligación de aportar pruebas y entrar en un verdadero debate de argumentos racionales, esgrimiendo la estúpida -e irracional- excusa de estar exento de dichos requistos, que le son exigidos a todos los demás, ya que eso sería atentar en contra de la libertad de culto.

Una cosa es que los sacerdotes y los creyentes en general apelen a la libertad -a la que curiosamente tanto han pisoteado en todas esas otras ocasiones en las cuales la libertad sirve a otra causa que no sea la suya- y otra muy dferente es que pretendan burlarse de mi inteligencia.

Wednesday, June 23, 2010

la inexistencia de la democracia



La democracia es un concepto que día a día se aleja más de la realidad.

Como un concepto que es, cambiante y sujeto a los dudosos intereses de los políticos en turno que se sirven de él, el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, hoy por hoy no es más que una concepción utópica que se utiliza para disfrazar lo que, de hecho, no es más que una oligarquía depredadora que se sirve de la voracidad del capitalismo en su variante actual -el neoliberalismo- para saciar sus intereses.

Como suele suceder, la culpa de esta situación es compartida tanto por los gobernantes que desvirtúan el término como por lo pueblos que así lo permiten.

El depositar una planilla tachada en una urna cada cuatro o seis años no convierte a un gobierno en una democracia.

Mientras la democracia es, o debería ser, un gobierno elegido íntegramente por la voluntad mayoritaria de todos y cada uno de los miembros de su pueblo, los gobiernos actuales son impuestos en la realidad por las invisibles e inexorables garras de los dueños del capital.

Cada vez con mayor frecuencia las costosísimas campañas electorales van convirtiendose en una puesta teatral cuidadosamente montada frente a los ojos del pueblo con el fin de disimular una verdad intolerable que barre desde sus cimientos la credibilidad de las democracias actuales: el hecho de que la elección de los personajes que rigen los puestos más altos y poderosos de la política no reside en la decisión emanada de la mayoría, sino en las secretas conversaciones entre bastidores de los altos empresarios, políticos y dueños de los grandes medios de comunicación.

Los representantes del supuesto gobierno por el pueblo y para el pueblo solo mantienen una breve conviviencia e interés en sus gobernados mientras duran esos meses de farsa conocidos más amigablemente con la acepción de campañas electorales. Una vez que éstas terminan, los políticos se olvidan de ellos por el resto de su mandato para dedicarse por entero a servir a la oligarquía que los colocó en su puesto.

El auténtico concepto de la democracia alberga la posibilidad de una forma de gobierno que tiene sus raices en la libertad, la igualdad y la justicia. Es además un concepto amplio que no se limita únicamente al sector de la política, sino que se extiende, o debería extenderse, a los sistemas económicos que nos rigen, así como a nuestro inalienable derecho a la salud, la educación y la cultura.

Si bien, en el simple campo de la arena política, nuestras frágiles democracias actuales apenás alcanzan a disimular su falsedad con el costoso y precario barníz de legalidad que les otorgan las campañas electorales, en el sector económico, la escandalosa falta de moralidad y escrúpulos del neoliberalismo que nos rige resulta tan insultante que ya no alcanza a ocultar su inmundicia a nadie que cumpla con el simple requisito de tener los ojos abiertos.

Muchos cínicos replicarán -no sin cierta razón- que la economía no esta obligada en absoluto a someterse a los más elementales cánones de moralidad y justicia. Resultaría sin embargo muy impopular pronunciar estas palabras en público, por lo cual este precepto es actualmente acatado sin resistencia pero en el más absoluto de los silencios.

Como actividad humana que es, la perversidad de las políticas neoliberales quedan irremediablemente expuestas cuando abandonamos el ámbito de los números y las estadísticas macroeconómicas y nos trasladamos al epicentro del infierno que ha desatado la incontrolada evolución -¿o involución?- del capitalismo: Basta con posar nuestros pies en los barrios pobres del tercer mundo, recorrer sus sucias e infectas calles, observar a sus niños esquivando el tráfico urbano, ganándose la comida del día con las pocas monedas que reciben de la caridad, o trabajando en lo que sea, en lugar de estar en una escuela. Basta con ver a sus jovenes desempleados, agonizando bajo la sombra de muerte del VIH. Basta con ver a sus ancianos terminar sus días desamparados, sin un techo bajo el cual cubrirse, expuestos diariamente a morir bajo el frío de la noche.

Es ahí a donde nos conduce el viaje final de las políticas macroeconómicas que nos rigen. Es ahí, y solo ahí, en donde deberían terminar posadas nuestras miradas. De donde deberían ser formuladas nuestras opiniones acerca del manejo de la economía actual.

Los medios de comunicación, por supuesto, nos tienen reservado un contra ataque diseñado para no observar -y por tanto cuestionar- el feroz rigor de la pobreza, así como la brecha insalvable que día a día divide cada vez más a los ricos de los pobres. Dicho contra ataque consiste simplemente en centrar nuestras miradas en el espectro opuesto de esta aplastante realidad: ese diminuto e insufrible círculo de millonarios y multimillonarios que explican la existencia de esos millones de seres humanos agonizando en la miseria. Ese espectáculo idiotizante con el que los medios masivos de comunicación nos ahogan día trás día esta bien para apagar nuestros cerebros por media hora, siempre y cuando no olvidemos que por cada uno de esos millonarios insolentes degustando una copa de Champagne con un diamante en el fondo, sentado en algún restaurante neoyorquino, existen miles o cientos de miles de seres humanos muriendo a consecuencia del cólera o el dengue en alguna olvidada parte de nuestro planeta en donde no existen cámaras de televisión. Los medios de comunicación, como simples negocios que son, venden a sus auditorios productos con un potencial atractivo mercadotécnico. La pobreza no vende. La pobreza no reditúa. No es sorpresa por tanto que nadie esté interesado en televisar la pobreza.

Retornando a nuestro punto de reflexión inicial ¿puede la democracia llamarse a sí misma con tal nombre sin tomar en cuenta la absoluta falta de libertad, igualdad y justicia detrás de la estructura económica que la sustenta?

La respuesta es sí: Puede llamarse a sí misma democracia bajo las circunstancias que le vengan en gana. Porque al fin de cuentas el término democracia se utiliza para darle un nombre a un concepto intangible y moldeable, como todos los conceptos que emanan de la inteligencia humana -o de la ausencia de la misma.

Cabe entonces hacerse la siguiente pregunta: ¿En algún momento de la historia ha exisitido en algún lugar del mundo un gobierno autenticamente democrático en el utópico sentido de la palabra? ¿O la triste realidad es que se trata tan solo de una gastadísima palabra utilizada desde siempre para ocultarle al pueblo la ineptitud de sus gobernantes y la voracidad de sus millonarios?

Lo cierto es que, hoy por hoy, la democracia existe tan solo como una palabra amigable que tiende a ser pronunciada con regularidad en los discursos políticos, en particular enmedio de tiempos electorales.

Depende únicamente de nosotros el convertir ese concepto abstracto en una realidad tangible, que hoy por hoy no existe. La democracia no es un fín en sí mismo, sino un medio. La oligarquía situada en la cima de la pirámide pretende vendernos la idea de que hemos alcanzado el más alto y perfecto sistema político que podríamos tener -por más que la realidad frente a nuestros ojos nos convenza de otra cosa. Esta idea es una mentira por partida doble: No hemos llegado a ese sistema perfecto. Y aún cuando así lo fuera, esto no sería un motivo para cruzarnos de brazos, esperando de alguna forma a que el resto de nuestra historia se conduzca como por arte de magia hacia la felicidad. Si algún día llegamos a construir un verdadero estado democrático, este desaparecerá en el mismo instante en que nos crucemos de brazos, contemplando nuestra creación como si éste fuera el último fín de nuestras pretensiones. Lo que realmente necesitamos entender, es que la democracia es apenas la plataforma sobre la cual habremos de iniciar la edificación de nuestras más altas pretensiones.

La edificación de una verdadera democracia será apenas el inicio del camino.