Friday, April 30, 2010

calibre 38



Cuando destendí mi cama aquella noche, estaba ahí. Como lo había estado en los últimos diez días. Un revolver Colt Calibre 38, sin año de fabricación. Sin inscripción alguna. Una sola bala.
En el transcurso de los diez dias precedentes había llegado ya a acostumbrarme a la aparición imposible del revolver a cada momento del día. En cualquier lugar. A toda hora. Como una intromisión siniestra e improbable que rompía la rutina de esos días muertos. Como un remanso a la marea negra que envenenaba mi sangre desde aquella llamada telefónica realizada... diez días antes.
-Esto ya no funciona... Lo sabes.. Se objetivo... Solo nos hacemos daño...
Nada de esto importa ya. Solo ese revolver que aparece intempestivamente a cada momento y con una frecuencia cada vez mayor.
Todas las noches debajo de mis sábanas, alcanzo a adivinar la silueta y el brillo del metal. Destiendo las sábanas y confirmo mis sospechas. En la mesa de un café, justo en el momento en el que mi interlocutor se excusa un momento para ir al baño, bajo la mirada y ahí esta. Al principio, su aparición en lugares públicos me aterraba, de tal forma que me apresuraba a esconderlo a toda prisa debajo de la mesa antes de que mi compañía regresará del sanitario.
Cierto día descubrí que la aparición del revolver parecía no provocar ninguna reacción en las personas que me rodeaban. Tal hallazgo, que dicho sea de paso, me tranquilizo bastante, fue accidental. Me encontraba desayunando en el comedor del hospital, rodeado de decenas de personas, volteé mi mirada un segunda hacia la barra y al volver la vista al plato el revolver plateado estaba ahí, sobre la mesa, tan real y visible como los cubiertos sobre la servilleta.
Los comensales se limitaron a dedicarle un breve momento de atención, solo para recuperar la compostura en un instante y retomar el hilo de la conversación colectiva, la cual, como de costumbre, giraba en torno a los mismos chistes estúpidos y la infinita variedad de rumores que corrían alrededor del personal.
Esta aparición se ha repetido día a día hasta el punto en el que he llegado a considerarla como un elemento cotidiano en mi rutina gris; tan común como el conducir al trabajo o la elección de la ropa del día.
La aparición se va haciendo cada vez más frecuente. Cierto día conducía mi automóvil y mi encendedor cayo accidentalmente hacia los asientos traseros. Al intentar recuperarlo a tientas debajo del asiento, mis dedos chocaron inesperadamente con el frío acero de un objeto cuya identidad conocía de antemano, sin necesidad de tener que sacarlo a la luz.
La angustia me paraliza. La marea negra de mi conciencia se ha apoderado de mí.
Lo único que me queda es la certeza de que mi amigo continuará apareciendo a lo largo del resto de mis días, esperando. Esperando.
Esperando el momento adecuado para cumplir con su inexorable propósito.

Saturday, April 24, 2010

el hombre del desierto




Conduces a través del desierto. Es casi medianoche, no hay una sola nube en el cielo y la luna esta llena. La luz fantasmal y difusa de la luna le otorga al paisaje un aspecto que no es de este mundo.
Te encuentras en el paraje mas desierto de la carretera, aquel que esta mas alejado de cualquier población humana para cualquier dirección hacia la cual te dirijas.
Y sin embargo ahí esta.
Los faros del automovil iluminan algo en el borde la carretera. Al principio la distancia te impide determinar que es lo que se mueve lentamente en el horizonte. Conforme te acercas te das cuenta que una silueta humana camina en tu misma direccion, con pasos lentos y pausados, ajeno completamente al ruido del motor y las luces de los faros.
Te detienes al lado del hombre y bajas la ventanilla del asiento vacío a tu lado.
-Disculpe ¿Adonde se dirige?
-A Santa Inés.
-¿Santa Inés? Eso queda a 450 kilometros en esta dirección.
Una corriente fugaz de aire gélido se filtra a través de la noche y te penetra en los huesos.
-Lo sé -dice el hombre.
-Suba. Yo no voy tan lejos pero sin duda puedo acercarlo a un pueblo cercano en donde pueda pasar la noche.
El hombre sigue caminando y aún no ha volteado a verte. Comienzas a notar su falta de cortesía.
-Esta bien.
Abres la puerta del auto y sube el sujeto, al cual por primera vez, puedes examinar de cerca. Por alguna razón que continuarás preguntandote mucho tiempo después, no puedes determinar su edad. Por momentos parece no tener más de treinta años. En otros parece un anciano con las manos curtidas por la tierra y el salitre. Sus ojos no emiten ningún reflejo. Su única carga es un morral sucio del cual escapa un olor rancio y amargo, que no puedes identificar inicialmente.
Continuas conduciendo por una hora, dos horas, en medio de un silencio impenetrable que se vuelve más insoportable con cada minuto que pasa.
El paisaje continua sin cambios. La luna se encuentra ahora frente a tus ojos y las sombras de las escasas cactáceas -único indicio de vida en el lugar- se prolongan indefinidamente hacia el horizonte, perdiendose entre una bruma que recorre el desierto a ras de suelo.
Es extraño. Has recorrido la carretera cerca de cien veces en los últimos dos años y sin embargo jamás te había parecido tan larga.
Han transcurrido tres horas de camino y aún no llegas al poblado más próximo -Peña Blanca-, en donde deseas desesperadamente deshacerte de tu compañero de viaje.
Tres horas.
Peña Blanca se encontraba a una hora de distancia del punto en donde recogiste al hombre. Debiste haber llegado ahi hace dos horas. El desierto debió terminar hace dos horas para ser sustituido por el ascenso interminable hacia la Sierra Gorda.
Y sin embargo el desierto sigue ahi, frente a tus ojos. Imperturbable como la muerte.
La muerte.
-Aqui me bajo.
En aquel paraje no hay absolutamente nada mas que el desierto infinito y la luna escondiendose tras el horizonte, sin embargo te orillas instintivamente en la cuneta de la carretera y frenas tu automóvil.
El hombre abre la puerta y sale al frío de la noche, recogiendo unicamente aquel morral viejo, del cual escapa ahora un vago sonido metálico.
-Gracias -dice sin más.
Te dispones a cerrar la puerta del coche y arrancar a toda velocidad pero el hombre subitamente se da media vuelta.
-Solo un consejo amigo...
Una rafaga de hielo recorre tu cuerpo.
-Jamás suba a un extraño a su auto.
Acto seguido mete la mano en el morral y saca una daga cuya hoja alcanza a reflejar por un instante un rayo de luz lunar, a pesar de las costras de sangre coagulada que la cubren casi en su totalidad.
Te das cuanta entonces de porque aquel olor te era familiar.
El hombre introduce sin prisa de nuevo la daga dentro del morral, te da la espalda y comienza a caminar en dirección al desierto.
Permaneces sin moverte y enciendes de nuevo el motor hasta que su silueta se funde con la bruma del amanecer desértico.
Pero el amanecer no se acerca. Es la una de la mañana. Faltan dos horas para llegar al poblado más próximo...
Peña Blanca.