Saturday, June 17, 2006

pena de muerte


No creo en la pena de muerte. Dejando a un lado el dilema ético que representa el poder establecer si un ser humano tiene el derecho de quitarle la vida a otro, no creo en la pena de muerte porque no es una solución real a ningún problema. Es solo una medida inmediata y simple que no ataca el problema de raiz sino que lo perpetúa.
Cuando una sociedad juzga y condena a un delincuente, en realidad, y sin saberlo, se esta juzgando y condenando a sí misma. Los delincuentes no aparecen por generación espontánea. Son la consecuencia de los problemas, injusticias y equivocaciones de la sociedad en su conjunto.
Y sin embargo, cuando la sociedad juzga al delincuente, lo convierte en el chivo expiatorio que cargará con las culpas de todos los demás. Asume una lógica hipócrita y falsa que afirma que todo marcha perfectamente bien, con la excepción de unas cuantas manzanas podridas, que aparecen misteriosamente, y a pesar de -nunca en consecuencia de- la supuesta perfección del sistema social.
Así, el problema acaba cuando se aplasta a la manzana podrida. Aunque esto no haga absolutamente nada por evitar que estas continúen apareciendo en el futuro. El verdadero cambio debe darse en la educación, la procuración de justicia, la repartición de la riqueza, la mejoría en la calidad de vida... Debe darse en el núcleo mismo de la sociedad.
No hay manzanas podridas. No hay hombres buenos por un lado y malos por el otro. No es tan simple como eso. Lo que hay son hombres forjados por las circunstancias que les tocó vivir. Si queremos buenas personas, necesitamos crear el medio apropiado para que estas aparezcan.

2 comments:

'''''' said...

Alejandro, toda mi vida estuve en contra la pena de muerte, pero desde hace un tiempo he investigado tantos casos... Trabajo en periodismo policial.
La verdad es que con buena educación, familia decente y buen entorno socioeconómico no siempre se forman buenas personas. Sucede ocasionalmente. Como también sucede que gente criada en las peores circunstancias no inevitablemente se convierte en criminal.
A veces la mente asesina es algo innato que solo busca el pretexto para salir a flote. La única forma en que la sociedad puede protegerse es esperar a que cometa un crimen. Luego qué nos queda sino la zozobra de saber que tales elementos incurables e intratables puedan cometer más crímenes. Son un peligro social incluso en el encierro porque pueden fugar o salir aparentemente rehabilitados. Fingen crisis irracionales cuando en realidad son muy conscientes de sus crímenes.
Por ejemplo, conocí el caso de un hombre que asesinó a tres personas casi desconocidas para él: Una joven mujer que no le correspondía, y a la abuela y al hermano de aquella. El niño de siete años fue asfixiado mientras era violado. Luego de los crímenes el asesino rebuscó en la casa y robó dinero. Fue atrapado jugando en un tragamonedas.
Ahora alega locura temporal.
El padre de las víctimas pedía la pena de muerte para el asesino. ¿Podía argumentarse algo en contra sin ser cínico?
Bueno, en mi país todavía se debate la pena de muerte para violadores y asesinos de niños. El problema es que el tema ha sido politizado de la peor manera.
Yo ya tengo una opinión.

alejandro said...

yo se que quizá peque de ingenuo, pero creo que (a pesar de todo), el ser humano no es malo por naturaleza, sino que se convierte en un monstruo cuando se expone a la miseria y la injusticia de una sociedad corrompida. Se que la experiencia nos dice una y otra vez que el hombre puede ser capaz de matar, torturar y destruir con el mas sádico placer, pero aún insisto en creer que esa maldad aparentemente innata no es mas que un accidente evitable.
Creo qel el ser humano esta completamente solo y no tiene mas sostén en este mundo que la propia confianza en sí mismo.
Cuando escribi esto tambien me puse a pensar que pensaría el padre de un hijo asesinado de unas líneas como estas. Pensé que si yo estuviera en ese lugar, quizá pensaría que todas estas ideas y buenas intenciones no son mas que estupideces. Es posible que sea cierto. La verdad no tiene porque sernos agradable o reconfortante en ningún sentido.