"No parece suficientemente demolida la pretensión de que las operaciones de la mente, así como los actos del cuerpo, estan sujetos a la coacción de las leyes. Los poderes legítimos del gobierno solo se extienden a los actos que lesionan a otros. Millones de mujeres, hombres y niños inocentes han sido quemados, torturados, multados y encarcelados desde que se introdujo el cristianismo. ¿Cual ha sido el efecto de la violencia? Hacer de la mitad del mundo estúpido y de la otra mitad hipócrita, apoyar el error y la bellaquería en toda la tierra".
Thomas Jefferson
1772
"El genio de los griegos bautizó a las drogas con un término (phármakon) que significa a la vez remedio y veneno, pues dependiendo de conocimiento, ocasión e individuo lo uno se transforma en lo otro. Del ser humano, y de modo alguno de las drogas, depende que remedien o dañen. Como existieron siempre, en todas partes, y -a juzgar por el hoy- mañana habrá más que qyer, la alternativa no es un mundo con o sin ellas. La alternativa es instruir sobre su correcto empleo o satanizarlo indiscriminadamente: Sembrar ilustración o sembrar ignorancia"
Antonio Escohotado
- Historia elemental de las drogas -
Muchas veces he expresado mi creencia de que la libertad es el valor fundamental sobre el cual deberían basarse todas las reglas de convivencia de una sociedad. Es cierto que no se trata de una libertad del todo irrestricta, ya que esta debe tener ciertos límites. Mucho se puede discutir acerca de cómo determinar que tan severos deben de ser esos límites. En mi opinión, siguiendo el pensamiento de John Stuart Mill, creo que los límites de la libertad humana comienzan solo en el momento en el que el ejercicio de esa libertad comienza a interferir con la libertad y los intereses de otra persona. En caso contrario, la libertad del ser humano es absoluta y nadie tiene el legítimo derecho de coartarla. Esto debe aplicarse tanto a particulares como a instituciones. Dicho de otra forma, el Estado también debe suscribirse a estas restricciones. Algo que en la práctica rara vez sucede.
Con frecuencia olvidamos el poder que puede y debe ejercer la ciudadanía sobre su gobierno. La apatía política y la desinformación provocan que nos olvidemos de la importancia de exigir nuestros derechos, contentándonos con cumplir las órdenes de nuestros gobiernos, como si estas fueran irrebatibles e infalibles.
Recordemos siempre que, al menos en las sociedades democráticas, los gobiernos fueron elegidos por los ciudadanos, por lo cual su función no consiste en ejecutar órdenes arbitrarias esperando que sus electores las acaten sumisamente, sino representar genuinamente la voluntad y los intereses de las personas que les dieron el poder.
La culpa de la aparición de gobiernos despóticos e ineficaces descansa en su mayor parte, en los ciudadanos que así lo permiten.
La democracia quizá no sea el sistema de gobierno perfecto, pero sin duda es el mejor del que disponemos por el momento. Un gobierno democrático tiene el legítimo derecho de imponer el orden y castigar a aquellos que afecten con sus acciones u omisiones, los intereses de otros miembros de la sociedad. En algunos casos no representa ninguna dificultad el identificar a aquellos miembros de la sociedad que entran en esta categoría. Nadie por ejemplo podría dudar que un violador, un pederasta, un funcionario corrupto o un asesino merecen un castigo por sus actos. Claramente, en cada uno de estos ejemplos se ha atentado contra la dignidad, los intereses o incluso la vida de alguien más. El problema comienza cuando nuestros gobiernos pretenden incluir en esta lista de infractores de la ley a individuos que no han interferido con la libertad, dignidad, los intereses o la vida de ninguna otra persona. Un ejemplo claro, en lo que a mí respecta, es la imagen que nuestros gobiernos y medios de comunicación pretenden crearnos alrededor de aquellas personas que consumen drogas.
¿Es verdaderamente legítimo que el Estado interfiera con la libertad que un individuo tiene de hacer con su cuerpo lo que quiera? ¿A quien esta afectando realmente el drogadicto aparte de a su propia persona? Un asesino privó de la vida a otra persona. Un violador o un pederasta (Dos de los seres mas despreciables que es posible concebir) atentaron contra la integridad física y más importante aún, contra la dignidad de sus víctimas, provocándoles un daño psicológico atroz e irremediable con el que tendrán que cargar por el resto de sus vidas. Un funcionario corrupto defraudó la confianza de los electores que le consiguieron el trabajo enriqueciéndose ilícitamente a costa de su dinero. En todos estos casos existe un claro e innegable perjuicio hacia alguien más. ¿Y en el caso de un consumidor de drogas? ¿ Es posible juzgarlo con el mismo rasero? ¿A quien esta perjudicando el consumidor de drogas excepto quizá a sí mismo?
El consumo de drogas entre los seres humanos es una práctica milenaria y prácticamente universal. No existe ninguna sociedad en la historia de la humanidad que se haya abstenido del consumo de sustancias químicas que posean las capacidad de alterar las funciones mentales, ya sea por motivos rituales, religiosos o simplemente recreativos. Es muy posible que las sociedades humanas primitivas forjaron sus respectivos conceptos de la Divinidad y la espiritualidad bajo la influencia directa del consumo de plantas alucinógenas (Al respecto recomiendo la lectura de un libro fascinante titulado “Las plantas de los Dioses”, fruto de una extensa investigación de Albert Hoffman –el químico que sintetizó por primera vez la dietilamida de l ácido lisérgico, mejor conocida como LSD- acerca del consumo de plantas con propiedades psicotrópicas entre diversos pueblos y civilizaciones del mundo) No se trata pues de una cuestión particularmente novedosa. No se trata de una “nueva plaga” o un “problema de nuestros tiempos” como pretenden hacernos creer los exagerados abordajes al tema por parte de los medios de comunicación o las insulsas e ineficientes campañas gubernamentales en contra de las drogas.
No pretendo negar la realidad. El consumo de ciertas drogas puede llevar a quien las utiliza a desarrollar una adicción terrible que sin duda puede provocarle problemas sociales, laborales o afectivos dentro de su vida personal. El consumo de opiáceos por ejemplo, conlleva el enorme riesgo de desarrollar una adicción atroz con el consecuente riesgo de experimentar el infierno del síndrome de abstinencia al momento en que se decida interrumpir su uso. El consumo de ciertas drogas puede provocar la muerte de quien las usa. Algunos ejemplos de estas sustancias, que en algunos medios gustan en llamar “drogas duras” son los derivados del opio (Morfina, fentanil, heroína, etc…) que son poderosos analgésicos y depresores del sistema nervioso central que potencializan el efecto de otros depresores más conocidos y consumidos como es el caso del alcohol o de algunos medicamentos ansiolíticos ampliamente utilizados como es el caso de las benzodiacepinas (Diazepam y derivados). De igual forma, existen estimulantes que también pueden provocar la muerte de quien las consume, como es el caso de la cocaína o las anfetaminas. Todas estas sustancias son innegablemente peligrosas y pueden ocasionar la muerte de quien las consume, ya sea por su combinación con otras drogas o por su uso individual.
Pero como en tantas otras cuestiones la solución a este problema no radica en castigar indiscriminadamente a los consumidores de estas drogas y juzgarlos bajo los mismos conceptos que un delincuente común, sino en la educación. En palabras simples, no creo que un consumidor de drogas sea un delincuente. Es solo alguien ejerciendo su libertad. Nadie ha dicho que el ejercicio de la libertad este exento de riesgos.
La mayoría de los consumidores de drogas desconocen los riesgos que conlleva su consumo, y en este caso es perfectamente lícito –y necesario- que se emprendan campañas informativas, eficientes y realistas para concientizarlos al respecto. En la práctica esto no sucede, o la verdadera educación es sustituida por amenazas inútiles y prédicas moralistas e hipócritas que no sirven para nada.
Nada de esto cambia el hecho de que un consumidor de drogas no puede ser juzgado lícitamente como un delincuente más, tomando en cuenta que no no esta afectando con sus acciones la libertad o los interés de nadie más. Todos los posibles daños de su acción los esta ejerciendo en contra de su propia persona, y en lo que respecta a su propio cuerpo, el ser humano es libre de hacer lo que quiera. Este es un concepto ampliamente aceptado desde el siglo XIX y sería un error pedir una excepción en este caso a su aplicación.
Ni siquiera es sensato juzgar el consumo de todas las drogas consideradas ilegales bajo el mismo enfoque. Las llamadas “drogas duras” son peligrosas. Es cierto. ¿Pero que decir de aquellas drogas ilegales que las campañas gubernamentales pretenden hacernos pasar por igualmente peligrosas cuando en realidad son mucho menos dañinas que drogas legalizadas ampliamente consumidas en todo el mundo como es al caso del alcohol o el tabaco? El ejemplo mas claro al respecto sería el consumo de marihuana. En el momento actual no existen pruebas de que la marihuana genere una adicción en quien la consume. Nadie ha muerto jamás por consumir marihuana. En términos simples, la sobredosis por marihuana no existe. Es cierto que se sabe que su consumo repetido si puede afectar las funciones cognoscitivas y la memoria de quien la usa. No es una droga inocua. Pero sus posibles daños palidecen ante las millones de personas que anualmente mueren como consecuencia directa del consumo de dos de las drogas legales más populares del mundo (La tercera sería la cafeína): el alcohol y el tabaco.
El alcohol produce una notable dependencia física y psicológica en aquel que lo consume de forma crónica. El síndrome de abstinencia que genera la suspensión brusca de su consumo en un alcohólico (El llamado delirium tremens) puede llegar a ser tan severo como para producir la muerte. Los daños a la salud derivados derivados del consumo crónico del alcohol son devastadores. Un alcohólico crónico casi irremediablemente sufrirá daños irreversibles en el hígado que lo llevaran eventualmente a la cirrosis hepática, una enfermedad terrible que lo puede llevar a la muerte ya sea por el daño hepático per se, o por otras consecuencias de la enfermedad, como lo son las hemorragias masivas por várices esofágicas derivadas de la hipertensión portal que conlleva la fisiopatología de la enfermedad.
Otro tanto puede decirse del tabaco. La adicción a la nicotina es intensa y particularmente difícil de superar. . En algunos casos se ha llegado a afirmar que el potencial adictivo de la nicotina rivaliza con el de los opiáceos. Una afirmación quizá algo exagerada. En la actualidad esta ampliamente aceptado –a pesar de los millones y millones de dólares que las tabacaleras gastaron durante décadas en un intento por negarlo- que el consumo de tabaco esta íntimamente relacionado con la aparición de diversos tipos de cáncer –siendo el pulmonar el más común- y con el desarrollo de enfisema pulmonar, eso sin tomar en cuenta que su uso también se relaciona con la aparición precoz y el agravamiento de la hipertensión arterial y con un aumento en la incidencia de cardiopatía isquémica, tanto en hombres como en mujeres.
Estas dos drogas por sí solas producen muchísimas más muertes que las que son atribuibles al consumo de todas las drogas ilegales juntas. Sin embargo, el Estado tolera su producción y consumo. Deberíamos preguntarnos el porqué. El hecho de que las grandes tabacaleras y empresas productoras de bebidas alcohólicas sean monstruos corporativos multimillonarios puede darnos una pista.
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“Si se quiere anular una pirámide de números en relación serial, se altera o se
elimina el número base. Si queremos aniquilar la pirámide de la droga, tenemos
que empezar por la base de la pirámide: el adicto de la calle. , y dejarnos de
quijotescos ataques a los llamados “de arriba”, que son todos reemplazables de
inmediato. El adicto de la calle que necesita la droga para vivir es el único
factor insustituible en la ecuación de la droga. Cuando no haya adictos que
compren droga, no habrá tráfico. Pero mientras exista necesidad de droga, habrá
alguien que la
proporcione.”
- El
Almuerzo Desnudo –
William S. Burroughs
Mención aparte merece la llamada “guerra contra las drogas” que tan pomposamente enarbolan tantos gobiernos como parte de sus programas prioritarios. Estas campañas, además de ser tremendamente costosas, están mal planteadas y con mucha frecuencia no prestan ningún beneficio real al problema de las drogas. La razón es simple: Su blanco esta mal planteado.
La mayor parte de las veces, estas campañas únicamente se reducen a ser meras cacerías espectaculares a los grandes cabecillas del tráfico mundial, sin prestar ninguna atención a la educación de la población o a la rehabilitación del adicto. Como todos sabemos, el negocio del tráfico de drogas mueve miles de millones de dólares alrededor del mundo. Un negocio que proporciona ganancias tan incalculablemente grandes no puede ser combatido de esta manera. Dejando a un lado el hecho obvio de que los grandes líderes del tráfico mundial tienen el suficiente dinero y poder como para sobornar a todos los funcionarios que sean necesarios para mantenerse libres, en el momento en el que uno de ellos, por la razón que sea, es dejado fuera del negocio, es inmediatamente sustituido por alguien más. La caza policial de narcotraficantes no es mas que un recurso costoso e inútil que los gobiernos ponen en práctica para ocultarle a sus ciudadanos, sus errores y omisiones en terrenos mucho más importantes como lo son la impartición de educación de calidad o de servicios médicos. Existen muchas y muy buenas razones para desconfiar de un gobierno que pretende ganar popularidad entre sus pueblos mediante la ostentación de sus supuestos logros en la gran “guerra contra las drogas”.