"...Television, the drug of the nation,
breeding ignorance
and feeding radiation..."
La influencia que tiene la televisión en la sociedad en la cual vivo es inmensa. El alcance de su poder es inabarcable. Vivo en un país en el cual las actividades recreativas están practicamente limitadas a mirar obsesivamente la televisión por las tardes y seguir el futból los fines de semana.
La inmensa mayoría de la población del país pasa la mayor parte del tiempo del día trabajando en lo que puede con el fin de reunir el suficiente dinero para subsistir. Al regresar a casa lo único que queda es encender el televisor, poner la mente en blanco y observar pasivamente el programa en turno que se esté transmitiendo en el momento.
Tristemente y como todos sabemos, el promedio de libros leídos per cápita en este país es de un libro y medio al año. Y si tomamos en cuenta que ese libro anual suele ser alguna porquería de superación personal o trata sobre la apasionante crónica del escándalo local de algún "artista" de la televisión caído en desgracia, no nos queda otro remedio que aceptar que estamos perdidos.
Un buen libro le exige una reflexión a su lector. Todo lector sabe que la experiencia de la lectura no es una experiencia pasiva sino plenamente activa y representa un reto intelectual. A medida que transcurre la lectura, el libro va provocando reflexiones en el lector, le exige poner en práctica su criterio y le da la oportunidad de encontrar nuevos matices y enfoques mediante la relectura de un mismo texto. Un buen libro no es unidimensional. Con cada nueva relectura, el lector puede analizarlo desde enfoques completamente distintos dependiendo del momento de su vida en el cual vuelva a caer en sus manos.
Esta es una de las principales diferencias entre el libro y la televisión. Mientras que el libro le ofrece al lector la posibilidad de tomarse todo el tiempo que sea necesario para la reflexión, la televisión consiste en un ininterrumpido desfile de imagenes y estúpidez que el televidente recibe pasivamente sin tener el menor tiempo de digerir lo que esta recibiendo o reflexionar sobre lo que está viendo.
Por supuesto no pretendo generalizar y decir que todo lo que es emitido por televisión es basura o es necesariamente malo por el hecho de ser transmitido por ese medio de comunicación. En este caso me refiere particularmente a lo que transmiten las dos principales televisoras de mi país: Televisa y TV Azteca.
Y en este punto me tomaré la libertad de generalizar: la programación que exhiben estas dos televisoras es de una calidad tan increíblemente mala que resultan un insulto a la inteligencia de toda persona medianamente racional. El hecho de que la población de este país, lejos de sentirse insultada ante la basura que estas dos televisoras ponen ante sus ojos, observe obsesivamente cada nueva telenovela o comedia que es lanzada al aire, es algo que me deprime profundamente. Es un reflejo directo del grado de ignorancia en el cual esta sumida la población y es también un muy convincente argumento para no albergar demasiadas esperanzas de que la atroz situación en la cual se encuentra actualmente la sociedad vaya a cambiar en un futuro remotamente cercano.
La televisión es la razón por la cual la gente se encuentra más al pendiente de seguir la trama de la repulsiva telenovela de la tarde que por preocuparse por el hecho de que este país parezca dirigirse directamente al abismo.
Es la razón por la cual es posible que un ímbecil como Norberto Rivera sea un líder de opinión por el simple hecho de portar una sotana púrpura y ser el cardenal. Si la televisión no le diera tiempo en sus noticieros, sus opiniones no llegarían a los oídos de nadie. Pero como por el contrario, cada mínima declaración que emite después de sus soporíferas homilías dominicales es transmitida en cadena nacional, sus palabras de odio, oscurantismo y estupidez llegan a los oídos de millones de personas que aceptan ciegamente lo que dice este siniestro personaje de la vida nacional.
Los noticieros son un conjunto de reportajes tendenciosos dedicados a dotar a noticias triviales e insignificantes de una supuesta importancia de la cual carecen y por el contrario de ignorar y ocultar las noticias verdaderamente trascendentes tras una gigantesca cortina de información inútil, prescindible y completamente irrelevante.
Tal como dice Noam Chomsky, las grandes corporaciones televisivas son ante todo un negocio y la divulgación objetiva de la verdad a través de sus noticieros no solo no es una de sus prioridades sino que constituye un golpe directo a sus intereses. Es por este motivo que el hecho de que la información presentada por los noticieros de las grandes televisoras resulte el ridículo reflejo de la realidad maquillada e inexistente que las élites del poder pretenden imponer en la mente de sus espectadores no es algo que deba sorprender a nadie:
"Los principales medios de comunicación son grandes corporaciones. Como otras corporaciones, ellas venden productos a un mercado. El mercado son los patrocinadores -es decir, otras empresas. El producto son los auditorios. Para la élite de los medios de comunicación, el producto es, además, auditorios relativamente privilegiados.
Así que tenemos corporaciones importantes vendiendo auditorios bastante ricos y privilegiados a otras empresas. Por supuesto, la imagen del mundo presentada refleja los estrechos y parciales intereses y valores de los vendedores, los compradores y el producto. "
Así que tenemos corporaciones importantes vendiendo auditorios bastante ricos y privilegiados a otras empresas. Por supuesto, la imagen del mundo presentada refleja los estrechos y parciales intereses y valores de los vendedores, los compradores y el producto. "
El mantener a la población permanentemente idiotizada por el desfile de estupidez y desinformación circulando ante sus ojos permite que una realidad insostenible e indignante resulte tolerable ante los ojos de una sociedad ignorante y sedada, que bajo otras condiciones protestaría violentamente ante la injusticia y la perversidad con la cual las élites del poder manejan el destino de su país.
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