En aquel año contemplé a los ángeles del cielo mirarme a través de las pupilas de una hermosa mujer (...)
Aquel que no contempla a los ángeles en la belleza, ni mira a los demonios, ni atisba la vida en todas sus manifestaciones, vegetará alejándose de la sabiduría con el alma exenta de sentimientos y de luz.
"Alas rotas"
- Gibrán Jalil Gibrán -
A fin de cuentas, cuando nos sentamos un momento a contemplar las cosas con calma y reflexionamos.... cuando ordenamos nuestros pensamientos y emociones y nos tomamos el tiempo para hacerlo correctamente, nos damos cuenta que todos nuestros esfuerzos y todas nuestras penas y alegrías pasadas derivan del amor, de una forma u otra.
El amor es la exaltación más grande y poderosa de la vida. Jamás nos sentimos más vivos que en el momento en que hemos estado enamorados. En que verdaderamente hemos amado a otro ser humano en cuerpo y alma.
De la misma forma, jamás nos sentimos más desolados y perdidos que en aquellos momentos en los cuales, por la razón que sea, tuvimos que decirle adiós a una persona que amamos.
La separación de una persona de la cual estamos profundamente enamorados es la aproximación más cercana a la muerte que podremos sentir en vida.
Es un duelo diferente a perder a un ser querido. En muchas formas es aún peor. Puesto que el amor es al fin y al cabo una promesa, y la separación rompe esas esperanzas y sueños que se van edificando en el lapso de tiempo que compartimos con aquella persona a la cual le decimos adiós.
Toda la sabiduría que podamos adquirir, la encontraremos en las experiencias de nuestro pasado. Aprendemos en todo momento. En los buenos y en los malos tiempos. Pero es en la adversidad en donde encontramos ciertas lecciones. El secreto es soportar el tiempo suficiente para esperar que la calma regrese y la serenidad nos permita aprender de nuestros errores y de nuestros actos en general.
Aprendemos de nuestras acciones y de las acciones de los demás. Con el tiempo vamos asimilando nuestros actos y aprendiendo de ellos. Perdonando nuestros errores de la misma forma que perdonamos los errores de los demás.
Cargar con rencor hacia las personas que se han cruzado en nuestro camino y han caminado un tramo con nosotros, o cargar con la eterna culpa por nuestros propios errores es una trampa en la cual fácilmente se nos puede ir la vida entera. Y es una empresa inútil.
Por más dolorosos que hayan sido ciertos momentos de mi vida -aquellos en los cuales le dijé adiós a aquellas personas que siempre habitarán en mi pasado y en mi pensamiento- jamás me arrepentiría de los momentos que he vivido. Esos momentos en los cuales experimentamos esa felicidad plena que solo encontramos en el amor.
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Al final de cuentas, lo único que persiste a través del espejo difuso de los días pasados es la memoria de los días felices, los instantes perfectos, los días eternos.
Rostros, voces, momentos, palabras, miradas.... el recuerdo de la ausencia de las personas que habitan en nuestra memoria. Que rememoramos en el presente y cuyo recuerdo nos acompañará en el futuro, hasta el final.