"El vendedor no vende droga al adicto. Vende al adicto a la droga."
William S. Burroughs
Algunos de los argumentos que voy a escribir a continuación contradicen francamente mis propias palabras, escritas en este blog hace unos cuantos años. Pero no hay nada de que sorprenderse. Nuestro pensamiento es maleable y está influido principalmente por dos cosas: por nuestros conocimientos, que provienen de lo que estudiamos en los libros y otras fuentes, y de ese otro conocimiento igual de importante que el conocimiento académico: aquello que vamos aprendiendo con la experiencia, en base al ensayo y error.
Hasta hace unos pocos años estaba en franco desacuerdo con la intervención del Estado o de cualquier otra institución o persona en la libre decisión de una persona de consumir drogas, argumentando que el único posible daño que estaba causando se limitaba a su persona, y que en esta situación, como en todas, la libertad debía prevalecer como el valor fundamental.
Desde entonces algunas cosas han cambiado. Cuando escribí eso, lo hice sin considerar esos otros daños a mediano y largo plazo asociados al consumo de sustancias: la adicción y la altísima comorbilidad con todo tipo de padecimientos psiquiátricos.
Si bien sigo pensando que un ser humano es libre en su decisión de consumir drogas, creo que debemos agotar los recursos a nuestro alcance para educar e informar a la persona que decida hacerlo, de tal forma que si lo hace, sepa que básicamente se esta poniendo el cañón de un revolver en la sien y que tarde o temprano jalará el gatillo.
La adicción es una enfermedad y un grave problema de salud pública sobre el que pesa uno de los peores estigmas asociados a cualquier padecimiento médico.
Criminalizar al adicto y penalizarlo por su consumo no presta el menor servicio en la lucha contra este padecimiento médico. Dicho en palabras más simples: es absolutamente inútil. No sirve de nada, y por el contrario, solo sirve para agravar el problema y retroceder.
La lucha estatal en contra de los cabecillas de los grandes cárteles del narcotráfico es igual de inútil. Tal como dijo William S. Burroughs, mientras exista un solo adicto en la calle que necesite de la droga habrá quien se la proporcione.
El problema es inmenso. Nos enfrentamos en verdad a un monstruo de mil cabezas que se infiltra en la sociedad a través de todos los niveles.
No esperemos por tanto que la solución sea fácil ni unidisciplinaria. El problema es colosal y los esfuerzos necesarios para contrarrestarlo hasta donde sea humanamente posible también lo son.
La solución no está en la cacería de narcotraficantes cuyo lugar es reemplazado un día después por un nuevo narcotraficante, ni mucho menos en la estigmatización y en la criminalización del consumo. La penalización del consumo termina equiparando al adicto, que es un enfermo, con un delincuente, lo cual lo conduce por diversos caminos que rondan la cárcel, la calle, anexos y hospitales psiquiátricos pesimamente equipados. Al final, la criminalización solo actúa como un catalizador que hace que el adicto muera más rápido. Y muerto el enfermo se acabó la enfermedad. Este es el escalofriante enfoque que hoy por hoy rige la estrategia de la lucha contra las drogas -la cual en realidad debería ser llamada "la lucha contra la adicción". El adicto ni siquiera es visto en esta ecuación como un enfermo menos que tratar. Es visto como un problema menos que cargar. A falta de la menor conscientización por parte de las instituciones del estado y de los medios de comunicación, el adicto no solo no es visto como un enfermo con un padecimiento médico que necesita ser tratado urgentemente, sino como escoria humana.
La solución al problema consiste en la más intensa campaña de información, educación y sensibilización que a la sociedad le sea posible llevar a cabo. A través de todas las instituciones gubernamentales, de los medios masivos de comunicación y de los cursos escolares en todos los niveles que se imparten a los estudiantes. A nivel individual, un adicto en recuperación esta moralmente obligado a compartir su experiencia y conscientizar a la mayor cantidad de personas que le sea posible con su propia experiencia. Aquellos que no han vivido la adicción, si bien carecen de esta experiencia que compartir, tienen toda la información necesaria a su alcance.
De la misma manera que en el 2015 resulta una franca idiotez el que una persona no sepa que el tener relaciones sexuales sin condón acarrea el riesgo de contagio, no solo de VIH, sino de otras enfermedades venereas, así como el generar un embarazo no planeado, tras el paso de unas dos o tres décadas, una intensa campaña de educación y desestigmatización de la adicción debería ser capaz de hacerle entender a una persona, que si bien es libre de utilizar drogas, lo que esta haciendo es una monumental estupidez (de la misma manera que aquel hombre o mujer que tiene sexo sin protección)
Es equiparable a ponerse una pistola en la sien. Sería más práctico que literalmente lo hiciera y jalara el gatillo de una vez. Sufriría menos.
Ahora bien, de la misma forma que seguiran existiendo relaciones sexuales sin protección, no importando cuanta información divulguemos al respecto, no creo que llegué un día en que en ningún lugar del mundo no exista una persona que quiera probar una droga por primera vez, aún con toda la información y educación que le hayamos dado. Creo que jamás vamos a erradicar el consumo de drogas en el mundo en su totalidad. Lo único que podemos hacer es disminuir el consumo de sustancias hasta donde nos sea humanamente posible y tratar a los consumidores como lo que son: pacientes, no delincuentes.
El ser humano ha consumido sustancias psicotrópicas con diversos fines desde el inicio de su historia. Parece tener una especie de predisposición genética a hacerlo. Esto complica aún mas la lucha contra la adicción.
Pero no existe ningún argumento válido que justifique la discriminación y el estigma a un enfermo, sea un adicto o un paciento con VIH o Hepatitis C que tuvo relaciones sexuales sin protección.
En estos casos en particular, la discriminación no solo merma la calidad de vida de los pacientes. No solo es moralmente aborrecible. En estos casos la discriminación mata.
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