Monday, April 27, 2015

concerned, but powerless



"Desde luego no hay razón alguna para que el nuevo totalitarismo se parezca al antiguo. El gobierno, por medio de porras y piquetes de ejecución, hambre artificialmente provocada, encarcelamientos en masa y deportación, no es solamente inhumano (a nadie hoy día le importa este hecho); se ha comprobado que es ineficaz, y en una época de tecnología avanzada la ineficacia es un pecado contra el espíritu santo. Un estado totalitario realmente eficaz sería aquel en el cual los jefes políticos todopoderosos y su ejército de colaboradores pudieran gobernar una población de esclavos sobre los cuales no fuera necesario ejercer coerción alguna por cuanto amarían su servidumbre. Inducirles a amarla es la tarea asignada, en los actuales estados totalitarios, a los ministerios de propaganda, los directores de los periódicos y los maestros de escuela"
 
Aldous Huxley
- Prólogo a Un mundo feliz

" (...) No chance of escape.
Now self-employed.
Concerned (but powerless).
An empowered
and informed member of society
(pragmatism not idealism)."

Fitter, happier
- Radiohead -

"La justicia sin fuerza carece de poder.
La fuerza sin justicia es tiránica."

Blaise Pascal

*
Vivimos en una era en la cual la relativa libertad de expresión que nos brinda el internet, nos hace sobreestimar el poder que tenemos como ciudadanos para oponernos y protestar en contra de las acciones de nuestros gobiernos.
En contraste, creo que la clase política esta cada vez mas consciente de la indefensión en la cual se encuentra la ciudadanía ante la fuerza del Estado. Por tal motivo es que a la corrupción e impunidad que siempre han caracterizado, en mayor o menor medida, a casi todos los gobiernos del mundo, debemos agregar el cinismo sin precedentes con el que se conducen cada vez con mayor frecuencia, aquellos políticos dentro del sistema que alimentan esa corrupción y permiten esa impunidad. 
El poder real que tiene un ciudadano cualquiera para cambiar y mejorar las condiciones de su sociedad es muy limitada. Y el impacto que ejercen sus protestas en contra de sus gobernantes -ya sean individuales o colectivas-  es más una bella ilusión  que una auténtica realidad.
Es innegable que el internet -principalmente a traves de sus redes sociales y su relativa ausencia de control y censura gubernamental- nos está permitiendo vigilar mejor a nuestros políticos. Por esa razón nos ha sido posible observar en toda su magnitud, la rapacidad y la ineptitud que los caracteriza, a un nivel al cual nunca antes nos había sido posible hacerlo. La información esta virtualmente al alcance de todos y se esparce con la velocidad de un reguero de pólvora sin distinguir fronteras geográficas ni clases sociales.
El internet es el último medio de comunicación verdaderamente democrático que nos queda, y por tal razón es el único espacio mediante el cual la sociedad puede permitirse ejercer su libertad de expresión sin restricción alguna. No solamente nos permite acceder a la información. Se ha convertido en la principal arena en la cual podemos exponer nuestras ideas y criticar las acciones injustas de nuestros gobiernos.
Sin embargo, por más grande que sea nuestro rechazo y descontento social  hacia nuestra clase política, la realidad es que nuestras protestas apenas y hacen mella en el Estado. 
Mientras los políticos tengan el poder absoluto sobre las instituciones que  controlan el sistema en el cual todos estamos inmersos, se saben virtualmente intocables. Quizá por eso, su reacción ante la permanente vigilancia de la que son objeto por parte de sus ciudadanos, es el creciente cinismo del que somos testigos todos los días.  
Protesten todo lo que quieran. Al final el poder está en nuestras manos y sus acciones no nos afectan.
Este es el obvio mensaje entre líneas detrás del insultante cinismo del que hacen gala nuestros políticos. Sabemos que nuestro actual presidente y el resto de su gabinete está adquiriendo propiedades millonarias por todo el país mediante la concesión de contratos gubernamentales y el tráfico de influencias. Y aún a pesar de contar con todas las pruebas de su culpabilidad, simplemente se dan el lujo de negar su responsabilidad. Saben perfectamente que la procuración de justicia en este país, como todo lo demás, se encuentra en sus manos. Saben que la impunidad de sus acciones se encuentra garantizada, y que por más espectaculares que puedan ser las protestas ciudadanas en su contra, éstas no cambiaran nada. 
Es perfectamente comprensible nuestro hartazgo y absoluta decepción ante la repugnante clase política que nos gobierna. La presidencia, las secretarías de estado, las cámaras legislativas, los sindicatos y la dirigencia de nuestras instituciones se encuentran en su inmensa mayoría controladas por una sarta de ladrones insaciables, carentes de los más básicos preceptos morales de sensibilidad social que supuestamente deberían poseer los políticos  de una sociedad democrática, que es como oficialmente se autoproclama este país. 
La razón por la cual nuestros dirigentes se pueden dar el lujo de conducirse con la rapacidad con la que lo hacen, se debe a que el sistema político que rige a este país no se trata de una democracia, por supuesto, sino de una plutocracia voraz e insaciable que se compone no solo de la decadente clase política que ocupa los puestos del gobierno, sino de la mayor parte de la clase empresarial y de los principales medios de comunicación del país, que actúan en cooperación para  formar un solo frente que sea virtualmente inmune al descontento del pueblo e impenetrable ante cualquier variante de protesta que pueda poner en práctica la ciudadanía.
Los medios de comunicación en particular -que en el caso de este país se encuentran representados por las dos televisoras más importantes- cumplen con una función absolutamente vital para perpetuar la corrupción de la clase política. Desinforman a la población, la inducen a consumir de forma irrefrenada, le infunden miedo a cualquier cambio social que amenace sus intereses e idiotizan a sus televidentes mediante entretenimiento estúpido que pretende hacer pasar a la pobreza como algo divertido, y a la imbecilidad como algo normal y tolerable.
Es perfectamente comprensible el hartazgo y la franca repulsión que hoy por hoy sentimos por nuestra clase política. Pero aún así, creo que la apatía política que han generado en la sociedad las acciones corruptas y la estupidez de nuestros dirigentes es muy peligrosa. Nuestro país no es ninguna excepción a la norma, ni un caso raro dentro del deprimente espectro político que domina a los países en vías de desarrollo. Y la historia nos ha demostrado una y otra vez que la apatía política conduce invariablemente al desastre.
No importa que tan negro pueda verse el horizonte. La sociedad, simple y sencillamente, no puede darse el lujo de renunciar voluntariamente a sus derechos políticos y abandonarse a la apatía y al abstencionismo. Nuestro voto es la única forma real de participar en las decisiones que rigen las grandes cuestiones del país. Y por más insignificante que pueda parecer su poder, una sociedad que renuncia a su derecho al voto debido al desencanto por su clase política, únicamente esta perpetuando la corrupción, la impunidad, la injusticia y el poder de los despreciables dirigentes en turno que llevan las riendas de su  país. 
Si queremos remover a alguien del gobierno -ya se trate de un partido o una persona- debemos usar  nuestro voto mientras aún conserva su poder. En un futuro no muy lejano, la apatía política le facilitará a la plutocracia  el convertir el voto en un mero gesto símbólico, carente de todo peso real, que únicamente será utilizado para tratar de sostener por todos los medios posibles ante los ojos del mundo, la farsa de nuestro supuesta democracia. El introducir un voto en la urna será indistinguible de introducirlo en un bote de basura. 
Siempre resultará no solo preferible, sino más eficaz, el luchar en las urnas apoyando y proponiendo ideas, que luchar en la calle disparando balas.
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La remoción de un gobernante por parte de su pueblo es un derecho básico que posee cualquier sociedad democrática. El derecho a la revolución se encuentra legitimado y universalmente aceptado desde la misma fundación de los modernos conceptos democráticos que John Locke plasmó en su "Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil".
Se puede atacar al sistema desde el exterior o desde el interior, sin embargo, en ambos casos, no se pueden perder de vista los inmensos sacrificios y costos que esto  implica. 
Cuando se habla de revolución, se tiende a pensar inmediatamente en una conflagración armada en la cual un grupo disidente que representa a la voluntad de su pueblo, remueve a un grupo político corrupto, tiránico o ineficaz del poder. Cuando dicho grupo disidente despoja del poder a su adversario y ocupa su lugar puede adoptar el mismo sistema político sobre el cual descansaba el grupo anterior o incluso intentar la implantación de uno nuevo. Como ejemplo tenemos a la revolución cubana, en la cual Fidel Castro y el Ché Guevara no solo removieron a Batista del poder en Cuba, sino que implantaron el comunismo como nuevo sistema político. 
Este es un ejemplo de un ataque externo hacia el sistema llevado a sus últimas consecuencias. Sin embargo, lo cierto es que nadie desea más violencia en este país ni resulta creíble que un movimiento armado de la sociedad sea el camino para remover a la actual clase dirigente del poder. Sobra decir que nadie está buscando tampoco implantar un nuevo sistema político que reemplace a la vía democrática. La democracia es el único camino posible.
Nadie se atreve a luchar por un cambio profundo en el sistema, debido a que, de la misma forma en que éste nos oprime, también nos otorga nuestra estabilidad económica -por precaria que pueda ser-, nuestros servicios educativos y sanitarios, nuestras prestaciones sindicales -a aquellos que corren con la suerte de poder disfrutar de ellas- y en resumidas cuentas, el status quo sobre el que descansa la inmensa mayoría de la población. Por tal razón, nadie está dispuesto a atacar al sistema hasta el grado en que éste colapse, ya que eso implicaría renunciar a lo poco que nos queda. 
Es impreciso hablar de una "lucha contra el sistema", ya que las cosas no son tan simples. El sistema no es el líder de un ejercito al que venceremos para llegar y ocupar su lugar. Nosotros -todos y cada uno de los miembros de la sociedad- somos el sistema. No se trata de destruirlo. Se trata de reformarlo.

Monday, April 13, 2015

Eduardo Galeano (1940 - 2015)








Cuando estaba en la prepa llegó a mis manos un libro titulado "El siglo del viento". No recuerdo como me llegó porque hasta la fecha es un libro difícil de conseguir. El libro esta compuesto por pequeñísimos relatos que resumen sin un orden cronológico definido la historia de América Latina en el Siglo XX. Esa historia en la que si están contenidas las dictaduras militares, la tortura, los comandos de la muerte brasileños y colombianos, la escuela de las Américas de Panamá (Fábrica de torturadores auspiciada por la CIA), los asesinatos, los desaparecidos, los cadáveres lanzados al oceáno atlántico durante la dictadura de Videla, las ejecuciones en masa en el estadio nacional de Chile de Pinochet, la pobreza, el papel de los Estados Unidos de América en la política interior de todos los gobiernos de Latinoamérica, la United Fruit Company y la pobreza perpetua de los americanos que vivimos debajo de las fronteras de los Estados Unidos. NADA que me hubieran enseñado en la escuela. Absolutamente NADA. Ese libro cambió para siempre mi concepción no solo de América Latina sino de la historia en general. Mi concepción del mundo y de la historia nunca fue la misma despues de leer a EDUARDO GALEANO y a Noam Chomsky. Con el tiempo fui leyendo todo lo demás. "Las venas abiertas de América Latina" y el resto de sus obras. Galeano era un genio del lenguaje. Tenía el poder de describir en dos parrafos un suceso o un concepto con una contundencia y fuerza que pocos escritores poseen. Podía reducir por ejemplo toda la desolación de la historia de los mineros del cerro del Potosí, en la descripción de una cierta imagen, de una noticia en el periódico o de un pequeño suceso. De ahí el profundo impacto de su prosa. Leer a Galeano es en verdad indispensable, al menos viviendo en esta parte del mundo.
Se va no solo un escritor brillante. Ojala fuera tan simple. Se va uno de esos pensadores y rebeldes latinoaméricanos de los que ya se cuentan con los dedos de las manos.
Descanse en Paz.
Eduardo Galeano.

Sunday, April 05, 2015

disfrutar del viaje


Cada persona posee su propio concepto de felicidad. El mío sería una especie de estado mental interno que nos permita encarar día a día lo bueno y lo malo de la vida y disfrutar de las cosas simples. Que nos permita dominar las circustancias de la vida, para evitar que sean las circunstancias las que nos terminen dominando.
Para lograr esto, resulta mucho más fácil fijarse metas aparentemente pequeñas pero constantes y tenaces. Metas que quizá solo impliquen las tareas que uno va a realizar en un solo día.
Muchas personas tienden a ver la felicidad como una meta externa. Siempre ubicada en la lejanía y en un futuro incierto. Imaginan que cuando llegue el día en que consigan cierto logro académico, en que encuentren a su "pareja ideal", en que formen una familia, en que consigan determinado trabajo, en que ganen determinada cantidad de dinero, en que alcancen cierto status social.... entonces será cuando alcanzarán la felicidad. Muchos se quedan en el camino. Y los que cumplen su meta descubren la mayor parte de las veces que una vez que ésta es alcanzada, inmediatamente pierde su valor, ya que en ese preciso momento llega el vacío y la necesidad de alcanzar una nueva meta exterior. De nuevo ubicada en la lejanía y en el futuro.
Creo que la felicidad no es una meta a la cual uno llega para quedarse de forma permanente. No existe tal cosa como una felicidad perpetua. La felicidad es elusiva. Se compone tan solo de instantes de nuestra vida. Y a menudo radica en las cosas más simples y no en nuestros grandes planes a futuro. La meta no es lo que debemos perseguir para alcanzar la felicidad. Debemos tratar de disfrutar el camino. Cuando lleguemos y alcancemos nuestros grandes planes, nada nos asegura que éstos mágicamente llenaran nuestras expectativas y nos colmarán de felicidad. Lo más probable es que al llegar a nuestro destino, inmediatamente comenzaremos a desear algo nuevo. Una nueva meta a alcanzar. Lo cual no tiene nada de malo, siempre y cuando la persona entienda que a menudo la felicidad y la mayor parte del tiempo de nuestras vidas esta en el viaje. Y no en el lejano horizonte.

Wednesday, April 01, 2015

apuntes de medianoche: Sobre la depresión y el estigma


Creo que dentro de las sociedades humanas, en todo lugar y época, una característica que siempre ha estado presente en mayor o menor medida, es la tendencia que tiene el sector mayoritario de la población a discriminar, estigmatizar y culpar a ciertos sectores minoritarios, atribuyendoles la supuesta responsabilidad de toda clase de problemas sociales de los cuales  no son responsables.
Creo que esto es algo intrínseco a la naturaleza humana y no una característica que posean únicamente ciertas culturas o épocas. 
¿Por qué la necesidad de estigmatizar y atacar a aquellos grupos que tradicionalmente dentro de la sociedad son minoritarios en número y que además suelen apartarse de la ideología predominante del canon de la sociedad? Resulta más comodo juzgar a otros que juzgarse a sí mísmo.  Aquellos que se apresuran a juzgar y condenar a los miembros de las minorías, a discriminarlos y a culparlos de todos los males de la sociedad, tienen terror de voltear la mirada y juzgarse a sí mísmos. O a reconocer las evidentes fallas del funcionamiento de la sociedad mayoritaria a la cual pertenecen y veneran. Se discrimina aquello que es diferente. Aquello que no se comprende. O simplemente aquello que va en contra de la corriente predominante del pensamiento socialmente aceptado.
Estos grupos minoritarios generalmente se encuentran en la indefensión o por lo menos tienen muy pocos recursos para defenderse de los ataques del grueso de la población. Adicionalmente, es muy poca la gente dentro de los sectores mayoritarios que se unen a su lucha y denuncian  esta discriminación, a pesar de no ser víctimas directas de ella.
No basta con no discriminar. Creo que es una obligación moral de todo miembro de la sociedad el denunciar y combatir la discriminación aún si esta no recae directamente en la persona. La discriminación solo puede ser vencida con un esfuerzo conjunto y titánico de toda la sociedad. Difícilmente se logrará algo si únicamente se le encomienda la tarea de librar la batalla a los sujetos discriminados. 
Los grupos minoritarios tradicionalmente carecen de influencia en la sociedad y de poder político. Y sus ideas y posibles apologías tienen una escasa penetración en la sociedad debido al silencio cómplice de los grandes medios de  comunicación, que transmiten aquello que en último término resultará útil a sus intereses. Los medios de comunicación son empresas como cualquier otras. De tal forma que no debería sorprendernos el hecho de que censuren toda manifestación considerada herética y contraria al Status Quo de la sociedad. 
La depresión es una enfermedad particularmente problemática porque es la causa de un altísimo índice de discapacidad laboral entre quienes la padecen. El rendimiento va disminuyendo y conforme la enfermedad va progresando, mas tarde o teprano se llegará al punto en el cual la disfunción será total y el individuo simple y sencillamente sea incapaz de seguir realizando su trabajo. 
El problema es que a pesar de vivir en el siglo XXI, la depresión sigue siendo vista por el grueso de la población, como una falta de carácter, en lugar de un desorden en la bioquímica cerebral del paciente, que es de lo que realmente se trata. De esta manera  la depresión no genera empatía ni comprensión, sino una mezcla apenas oculta de desprecio y suspicacia. De sospechas de estar únicamente fingiendo los síntomas de una enfermedad con el objetivo de conseguir una incapacidad laboral. 
Pocas cosas duelen tanto como el ser objeto de discriminación, por la razón que sea. 
Sin realizar un profundo juicio de valor, sino únicamente basandonos en la observación cotidiana de la realidad que desfila ante nuestros ojos día a día, actualmente vivimos en una sociedad de consumo capitalista que prioriza la productividad sobre la salud. El dinero sobre el individuo. 
Esta sociedad de consumo, en términos muy simplificados, no espera mucho de cada uno de los individuos que la componen. Básicamente se espera que cada sujeto sea productivo. Que gane dinero. Y posteriormente lo utilice para comprar los productos que el infinito escaparate de la sociedad de consumo coloca ante sus ojos. 
Trabajar para producir. Producir para ganar dinero. Ganar dinero para gastarlo comprando productos que bien pueden sernos útiles o completamente prescindibles. 
Y en una sociedad como esta, una persona que no produce no sirve. Una persona que no gana dinero no vale. Y una persona que no consume no existe.
He ahí una de las peores complicaciones que la depresión produce en la actualidad, en aquellas personas que la padecen. Al ir disminuyendo su rendimiento hasta llegar a la disfunción total, el paciente corre el riesgo de perder su trabajo y por tanto su fuente de ingresos. Y por consiguiente, de ser clasificado por la sociedad como un ser improductivo, inútil y carente de todo valor, ya que la valía de una persona en la actualidad trístemente se mide por la cifra presente en su cuenta bancaria.
La depresión lleva al paciente a presentar una marcada tendencia al aislamiento. Por si esto fuera poco, la mayor parte de la sociedad también aisla al sujeto, lo señala o simplemente lo anula. Lo reduce a la nada. Lo degrada o lo condena a convertirse en aquel monstruoso insecto en el cual Gregorio Samsa despertó convertido una mañana. La mañana en que fue incapaz de presentarse a trabajar. 
Este aislamiento y esa discriminación actúa por supuesto en detrimento de la salud del paciente. Contribuye a que el cuadro empeore y llegue a la gravedad. Y de la disfunción laboral y la pérdida del status social al suicidio ya no hay una gran distancia. 
Si el paciente llega a suicidarse, será entonces y solo entonces que las personas que le rodean admitiran en silencio que en efecto, aquella persona padecía una grave depresión. Pero no pasará mucho más, ya que el suicidio sigue siendo un tabú. El suicida se quita la vida y se priva de su existencia física. La gente que le conoció se encarga de borrar su memoria para siempre, ya que nadie desea volver a hablar de un suicida. 
Entre los hombres jovenes, las muertes atribuibles a suicidios por depresión se cuentan entre las tres principales causas de muerte dentro de este grupo etario. Muy por encima del cáncer por ejemplo. 
Sin embargo el estigma que pesa no solo sobre la depresión sino sobre todas las enfermedades psiquiátricas es una gigantesca y pesadísima losa que impide que los sistemas públicos y privados de salud comiencen a lanzar campañas masivas con el fin de informar a la población acerca de lo que realmente es la depresión (asi como lo que no es), de como y donde  pedir ayuda, y de combatir y desmitificar todos aquellos prejuicios que pesan sobre este padecimiento.