- Bobby Fischer -
Aprendí a jugar ajedrez a los 15 años de edad. En realidad, antes de jugar mi primera partida nunca me había interesado aprender a jugarlo. Los juegos de mesa me aburren. Y tras aprender los movimientos de cada una de las piezas y perder una partida tras otra en contra de mi primo, no llegaba a encontrar en el ajedrez nada que lo diferenciara de cualquier otro juego de mesa que hubiera aprendido antes.
Al igual que con muchas otras actividades -como el tocar una guitarra por ejemplo- para enamorarse del ajedrez es necesario haber superado unos 50 juegos o más. Al inicio, esos 50 juegos son con toda probabilidad 50 derrotas. Pero en cada una de esas derrotas vas aprendiendo -como en la vida- a detectar tus errores y no repetirlos en el siguiente juego.
Si después de este periodo de aplastantes y desastrosas derrotas, aún no te has rendido y sigues jugando, llega un momento en el cual la belleza del juego comienza a revelarse ante tus ojos no solo en cada juego sino en cada movimiento propio y de tu oponente. Es entonces que caes en la cuenta que el ajedrez es mucho más que un simple juego de mesa. Es un reto intelectual complejo y absolutamente único.
Cuando aprendes a evitar caer en los errores obvios de todo jugador principiante, y tu nivel de juego se va acercando al de tu oponente, es entonces cuando realmente estás jugando ajedrez.
El ajedrez no es solamente la alegoría de una batalla. En muchos aspectos imita a la vida mísma, de tal forma que muchas de sus lecciones más básicas pueden aplicarse sin ningún problema a los problemas cotidianos que tenemos frente a nosotros constantemente.
El ajedrez es frio y claro. Como la batalla que ejemplifica. Es tu ingenio contra el de tu oponente (Cuando se trata de dos jugadores con el mismo nivel de juego).
Para derrotar a tu oponente necesitas desarrollar la capacidad de idear tácticas, crear estrategias, anticipar movimientos, fabricar jugadas y calcular una innumerable cantidad de escenarios posibles en los cuales el juego puede ir desarrollandose. Requiere de innumerables habilidades intelectuales tales como la planificación mediante la táctica y la estrategia, la memoria, el cálculo, la improvisación, la adaptación y el ingenio. Pero también ayuda a desarrollar la paciencia, la prudencia y la constante busqueda de nuevas estrategias que reemplacen a las anteriores, cuando una sola jugada de tu oponente echa abajo todo el plan con el que ibas desarrollando tu juego.
No me gusta ni me es posible jugar ajedrez contra reloj. Jamás he jugado de forma profesional por lo cual nunca me ha sido impuesto el jugarlo de esta forma. Pero en mi opinión el juego pierde mucha de su esencia y encanto cuando lo limitas temporalmente. Entiendo que en competencias profesionales el controlar esta variable es necesario. Pero para los que jugamos ajedrez por el simple gusto de hacerlo, la mayor parte de las veces nos tiene sin cuidado cuanto dure el juego. El juego durará lo que tenga que durar. No importa si son quince minutos o dos horas y media.
Cuando la pasión por el ajedrez se ha despertado en tí, puedes jugar por horas y horas una partida tras otra, sin que el juego llegue a aburrirte jamás.
Sesenta y cuatro casillas en un tablero en el cual se enfrentan en proporciones iguales, ocho peones, dos torres, dos caballos, dos alfiles, una reina y el rey son suficientes para que el computo de posibles jugadas en un juego sea una cifra astronómica que roce el infinito. Tras jugar mil partidos, nunca repetirás el mismo juego dos veces. Esta es otra de las cualidades que hacen del ajedrez una disciplina tan apasionante y adictiva.
Para aquellos que no saben jugar, o que únicamente conocen las reglas del juego, pero no han jugado lo suficiente como para llegar a ese momento en el cual la belleza del ajedrez se descubre ante tus ojos, el observar a dos oponentes jugar una partida tras otra, durante un día entero si es posible, con esa mirada de absoluta abstracción y desconexión del mundo externo que caracteriza los semblantes de ambos jugadores durante el desarrollo de la batalla, todo el escenario les resulta completamente incomprensible.
El ajederez te exige una concentración absoluta que te desconecta del mundo externo durante el tiempo que dura la partida. Ese es otro de los secretos de su belleza. El ajedrez es un escapismo intelectual que reta a tu mente a dar todo de sí por unos minutos, y el atravesar ese proceso produce una sensación de euforia y satisfacción que solo se experimenta a través de este juego.
En el ajedrez no hay cabida alguna para el azar. Es intelecto en estado puro.
2 comments:
Continuación del blog...
www.lostscripttum.blogspot.com
(Dos "t"s al final...)
Leerte siempre es único
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