El Panteón
Roma
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Hay dos características que le son intrínsecas al ser humano
desde el inicio de los tiempos y que no conocen ninguna frontera ni
límite: La ambición de poder y la megalomanía que se apodera de todo
aquel que lo consigue. Esta megalomanía es directamente proporcional al
poder de la persona que la ostenta.
El ser humano es adicto al
poder. El motor que hasta la fecha continúa impulsando la historia de la
humanidad es la búsqueda, obtención y preservación del poder. No existe
ninguna civilización ni actual ni pasada que escape a este principio.
Cuando Maquiavelo puso en tinta por primera vez este concepto básico
derivado de la observación y el sentido común, escandalizó a Europa, que
aún se aferraba a creer que la historia de los hombres y las mujeres
-vivos y muertos- de todas las épocas se había ido moldeando siguiendo
elevados principios morales. Maquiavelo no inventó nada. Solo plasmó en
"El Príncipe" una verdad tan cruda como evidente.
Las guerras y las religiones no son fínes en sí mismos sino meras instituciones al servicio del poder.
Esta eterna búsqueda del poder y del enaltecimiento personal no es una
cuestión moral. Es una cuestión que se encuentrá más alla del biel y el
mal. Es la naturaleza del ser humano. Solo eso. La moral es un concepto
relativo como el resto de las ideas humanas -con excepción de aquellos
enunciados que la ciencia nos va otorgando con el paso del tiempo-, por
lo cual considero absurdo simplificar y reducir la historia a un burdo
cuento de buenos y malos.
Nadie puede negar que innumerables
monumentos históricos de la humanidad no son más que símbolos para
representar la magnitud del poder del Estado: el Kremlin en Moscú, el
Capitolio en Washington, el Palacio de Versalles en París o la Basílica
de San Pedro en el Vaticano.
Lord Acton es recordado por haber
acuñado esta frase: "El poder corrompe y el poder absoluto corrompe
absolutamente". Los ejemplos están a la vista de todo aquel que quiera
ver. Desde el monstruoso Palacio de Ceaucescu en Rumanía, hasta aquellos
edificios que no pasaron de ser planos arquitectónicos ideados por
individuos -absolutamente corrompidos- que intentaron construir
edificios de una magnitud directamente proporcional a su ego y su
locura. Tal es el caso del Palacio de los Soviets en Moscú o de la
Germania, que Albert Speer ideó para Hitler.
A fin de cuentas creo
que el arte -y por tanto la arquitectura- de los grandes monumentos de
nuestra historia no son más que intentos de exhibir en una forma
tangible, la magnitud del poder de sus constructores, quienes de esta
forma aspiraban -y aspiran- a burlar a la muerte. O negarla, mediante
el engaño de la vida eterna.
Mausolo, rey de Halicarnaso, ubicado
en la actual Turquía, es recordado únicamente por el inmenso y
majestuoso monumento que erigió para servir como su morada en la muerte.
Mausolo le dio su nombre al Mausoleo, el cual por cierto ya no existe
en la actualidad.
Evidentemente no fue el primer gobernante en
diseñar y construir edificios que funcionaran como símbolos de su
poderío y de su trascendencia después de la muerte.
La gran
pirámide de Guiza (la unica de las siete maravillas del mundo antiguo
que aun sigue en pie) es evidentemente uno de los monumentos más
colosales y perfectamente construídos por el ser humano. Y es también la
tumba del Faraón Keops -de la misma forma que sus dos compañeras
menores lo son de Kefren y Micerinos.
El majestuoso templo de Abu
Simbel -también egipcio- continúa siendo, tras casi cinco mil años de
haber sido construido, el monumento tallado en piedra más grande del
mundo. El monte Rushmore en Estados Unidos palidece ante la
majestuosidad de Abu Simbel, que Ramsés II erigió como su templo y tumba
a orillas del Nilo. En vida, su poderío era visible para todo aquel que
navegara por el río y contemplara el templo. Tras su muerte se
aseguraba la inmortalidad.
El Taj Mahal -esa "lágrima del Cielo"
que cayó en la India- es también el Mausoleo en donde reside Mumtaz
Mahal. La esposa favorita del emperador musulmán Shan Ahan.
A lo
largo de la historia de la humanidad son también incontables los grandes
monumentos que nacieron de la conmemoración de la victoria en la
guerra. Usualmente estos monumentos no solo estaban dedicados a recordar
una batalla, sino que servían para refrendar el poderío de los Dioses
de sus respectivas culturas. Los cuales eran a fin de cuentas un reflejo
simbólico del poder terrenal de los gobernantes que los erigieron.
El Partenón -templo consagrado a la Diosa Atenea en la Ciudad que lleva
su nombre- fue erigido para conmemorar la derrota que los griegos le
inflingieron a Dario y su ejercito persa en la batalla de Maratón.
El Panteón en Roma -el monumento más sorprendente del mundo en mi muy
humilde opinión- fue iniciado por el Emperador Trajano y concluido por
su sucesor Adriano. Al igual que el Partenón griego, el Panteón fue
edificado para conmemorar las victorias militares romanas en Dacia. Y
tal como su nombre lo indica, fue consagrado para honrar a todos los
dioses romanos.
La lista es interminable. A manera de un último
ejemplo, habremos de recordar que la Catedral de San Basilio en Moscú
fue erigida por Ivan "el terrible" -el primer autoproclamado Zar
(César)- para conmemorar su victoria sobre los tártaros y la conquista
de Kazan. La misma fórmula se repite una y otra vez. Una victoria
militar le otorga un inmenso poder al gobernante que edifica estos
monumentos, los cuales utiliza tanto para recordar e inmortalizar sus
conquistas, como para simbolizar la fusión de su tangible poder terrenal
con el intangible poder divino. En el caso de la catedral de San
Basilio, el Dios honrado es el Dios de la cristiandad.
Al final de
cuentas, esta fórmula fue emulada una y otra vez a lo largo de la
historia y de las barreras geográficas porque simple y sencillamente
funciona. Ivan "el terrible" fue con toda seguridad un psicópata que
inició su carrera arrojando animales vivos desde las murallas del
Kremlin en su tierna infancia, solo para terminar asesinando a su propio
hijo, en los últimos días de su vida. Gracias a su ilimitada
megalomanía, y pese a su inmundicia moral, la Catedral de San Basilio se
erige en la Plaza Roja de Moscú como un eterno recordatorio de su
nombre y su legado.
Todos estos icónicos monumentos fueron erigidos
por los gobernantes más poderosos que hayan existido en la historia.
Sin embargo, el poder de Keops, Ramsés, Adriano o Ivan, ilimitado en lo
terrenal, tenía las mismas limitaciones que cualquier otro mortal tras
la muerte. Los grandes monumentos -así como el resto del arte que ha
creado el ser humano desde que nuestros ancestros comenzaran a decorar
sus cavernas con las pinturas rupestres- no son más que el perpetuo
reflejo del miedo y la angustia que nos genera la muerte.
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En
contraste a los grandes gobernantes de la Historia, que siempre han
tratado de alcanzar intencionadamente la inmortalidad a través de la
edificación de majestuosos monumentos, templos y tumbas, los grandes
pensadores de la humanidad lo han hecho inintencionadamente, no en el
plano físico, sino en esa arena intangible en donde habitan las ideas.
Que también trascienden tras su muerte y les confieren a sus nombres no
solo la inmortalidad, sino la posibilidad de brindar un legado de
muchísimo más alcance que aquellos que han dejado tras su paso por este
mundo incluso los más poderosos hombres y mujeres de la historia.
John Locke, Isaac Newton o Albert Einstein no dejaron monumentos físicos
tras su muerte, ni los necesitaron para alcanzar su inmortalidad. Esta
les fue conferida por las ideas intangibles que le legaron a la
humanidad.
Los gobernantes erigen monumentos. Los pensadores proponen ideas.
Las ideas son inmortales precisamente por ser intangibles y no
pertenecer a nuestro efímero plano terrenal, en el cual incluso las más
grandes obras arquitectónicas del ser humano están condenadas por el
tiempo a la destrucción.
Sin embargo, la inmortalidad de nuestro
conocimiento esta condicionada a que nuestra especie nunca abandone la
razón, ni deje de considerar nuestro acervo ideológico como nuestro más
preciado tesoro.
Nuestra civilización sería profundamente distinta
-para bien o para mal- si la Biblioteca de Alejandría no hubiera sido
consumida por el fuego.
Nunca debemos olvidar que son las ideas las que transforman el mundo en el que vivimos.
1 comment:
Continuación del blog...
www.lostscripttum.blogspot.com
(Dos "t"s al final...)
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