Sunday, April 01, 2012

la inexistencia de la democracia


La democracia es un concepto que día a día se aleja más de la realidad.
Como un concepto que es, cambiante y sujeto a los dudosos intereses de los políticos en turno que se sirven de él, el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, hoy por hoy no es más que una concepción utópica que se utiliza para disfrazar lo que, de hecho, no es más que una oligarquía depredadora que se sirve de la voracidad del capitalismo en su variante actual -el neoliberalismo- para saciar sus intereses.
Como suele suceder, la culpa de esta situación es compartida tanto por los gobernantes que desvirtúan el término como por lo pueblos que así lo permiten.
El depositar una planilla tachada en una urna cada cuatro o seis años no convierte a un gobierno en una democracia. Mientras la democracia es, o debería ser, un gobierno elegido íntegramente por la voluntad mayoritaria de todos y cada uno de los miembros de su pueblo, los gobiernos actuales son impuestos en la realidad por las invisibles e inexorables garras de los dueños del capital.
Cada vez con mayor frecuencia las costosísimas campañas electorales van convirtiendose en una puesta teatral cuidadosamente montada frente a los ojos del pueblo con el fin de disimular una verdad intolerable que barre desde sus cimientos la credibilidad de las democracias actuales: el hecho de que la elección de los personajes que rigen los puestos más altos y poderosos de la política no reside en la decisión emanada de la mayoría, sino en las secretas conversaciones entre bastidores de los altos empresarios, políticos y dueños de los grandes medios de comunicación.
Los representantes del supuesto gobierno por el pueblo y para el pueblo solo mantienen una breve conviviencia e interés en sus gobernados mientras duran esos meses de farsa conocidos más amigablemente con la acepción de campañas electorales. Una vez que éstas terminan, los políticos se olvidan de ellos por el resto de su mandato para dedicarse por entero a servir a la oligarquía que los colocó en su puesto.
El auténtico concepto de la democracia alberga la posibilidad de una forma de gobierno que tiene sus raices en la libertad, la igualdad y la justicia. Es además un concepto amplio que no se limita únicamente al sector de la política, sino que se extiende, o debería extenderse, a los sistemas económicos que nos rigen, así como a nuestro inalienable derecho a la salud, la educación y la cultura. Si bien, en el simple campo de la arena política, nuestras frágiles democracias actuales apenás alcanzan a disimular su falsedad con el costoso y precario barníz de legalidad que les otorgan las campañas electorales, en el sector económico, la escandalosa falta de moralidad y escrúpulos del neoliberalismo que nos rige resulta tan insultante que ya no alcanza a ocultar su inmundicia a nadie que cumpla con el simple requisito de tener los ojos abiertos.
Muchos cínicos replicarán -no sin cierta razón- que la economía no esta obligada en absoluto a someterse a los más elementales cánones de moralidad y justicia. Resultaría sin embargo muy impopular pronunciar estas palabras en público, por lo cual este precepto es actualmente acatado sin resistencia pero en el más absoluto de los silencios. Como actividad humana que es, la perversidad de las políticas neoliberales quedan irremediablemente expuestas cuando abandonamos el ámbito de los números y las estadísticas macroeconómicas y nos trasladamos al epicentro del infierno que ha desatado la incontrolada evolución -¿o involución?- del capitalismo: Basta con posar nuestros pies en los barrios pobres del tercer mundo, recorrer sus sucias e infectas calles, observar a sus niños esquivando el tráfico urbano, ganándose la comida del día con las pocas monedas que reciben de la caridad, o trabajando en lo que sea, en lugar de estar en una escuela. Basta con ver a sus jovenes desempleados, agonizando bajo la sombra de muerte del VIH. Basta con ver a sus ancianos terminar sus días desamparados, sin un techo bajo el cual cubrirse, expuestos diariamente a morir bajo el frío de la noche. Es ahí a donde nos conduce el viaje final de las políticas macroeconómicas que nos rigen. Es ahí, y solo ahí, en donde deberían terminar posadas nuestras miradas. De donde deberían ser formuladas nuestras opiniones acerca del manejo de la economía actual.
Los medios de comunicación, por supuesto, nos tienen reservado un contra ataque diseñado para no observar -y por tanto cuestionar- el feroz rigor de la pobreza, así como la brecha insalvable que día a día divide cada vez más a los ricos de los pobres. Dicho contra ataque consiste simplemente en centrar nuestras miradas en el espectro opuesto de esta aplastante realidad: ese diminuto e insufrible círculo de millonarios y multimillonarios que explican la existencia de esos millones de seres humanos agonizando en la miseria. Ese espectáculo idiotizante con el que los medios masivos de comunicación nos ahogan día trás día esta bien para apagar nuestros cerebros por media hora, siempre y cuando no olvidemos que por cada uno de esos millonarios insolentes degustando una copa de Champagne con un diamante en el fondo, sentado en algún restaurante neoyorquino, existen miles o cientos de miles de seres humanos muriendo a consecuencia del cólera o el dengue en alguna olvidada parte de nuestro planeta en donde no existen cámaras de televisión. Los medios de comunicación, como simples negocios que son, venden a sus auditorios productos con un potencial atractivo mercadotécnico.
La pobreza no vende. La pobreza no reditúa. No es sorpresa por tanto que nadie esté interesado en televisar la pobreza. Retornando a nuestro punto de reflexión inicial ¿puede la democracia llamarse a sí misma con tal nombre sin tomar en cuenta la absoluta falta de libertad, igualdad y justicia detrás de la estructura económica que la sustenta?La respuesta es sí: Puede llamarse a sí misma democracia bajo las circunstancias que le vengan en gana. Porque al fin de cuentas el término democracia se utiliza para darle un nombre a un concepto intangible y moldeable, como todos los conceptos que emanan de la inteligencia humana -o de la ausencia de la misma.
Cabe entonces hacerse la siguiente pregunta: ¿En algún momento de la historia ha exisitido en algún lugar del mundo un gobierno autenticamente democrático en el utópico sentido de la palabra? ¿O la triste realidad es que se trata tan solo de una gastadísima palabra utilizada desde siempre para ocultarle al pueblo la ineptitud de sus gobernantes y la voracidad de sus millonarios?
Lo cierto es que, hoy por hoy, la democracia existe tan solo como una palabra amigable que tiende a ser pronunciada con regularidad en los discursos políticos, en particular enmedio de tiempos electorales.Depende únicamente de nosotros el convertir ese concepto abstracto en una realidad tangible, que hoy por hoy no existe. La democracia no es un fín en sí mismo, sino un medio. La oligarquía situada en la cima de la pirámide pretende vendernos la idea de que hemos alcanzado el más alto y perfecto sistema político que podríamos tener -por más que la realidad frente a nuestros ojos nos convenza de otra cosa. Esta idea es una mentira por partida doble: No hemos llegado a ese sistema perfecto. Y aún cuando así lo fuera, esto no sería un motivo para cruzarnos de brazos, esperando de alguna forma a que el resto de nuestra historia se conduzca como por arte de magia hacia la felicidad. Si algún día llegamos a construir un verdadero estado democrático, este desaparecerá en el mismo instante en que nos crucemos de brazos, contemplando nuestra creación como si éste fuera el último fín de nuestras pretensiones.
Lo que realmente necesitamos entender, es que la democracia es apenas la plataforma sobre la cual habremos de iniciar la edificación de nuestras más altas pretensiones.
La edificación de una verdadera democracia será apenas el inicio del camino.

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