Una de las muchas islas en donde Gaugin vivió
Paul Gaugin nació en 1848. Además de haber vivido en su paraíso idílico en el fin del mundo, existen otros pasajes de su vida menos conocidos. Y su permanencia en Tahití suele ir enmarcada por un aura romántica que omite el mencionar que el pintor murió pobre, solo y enfermo.
Muchos años antes de embarcarse en su aventura, Gaugin fue un burgués, corredor de bolsa que vivó comodamente y solía codearse con la alta sociedad parisina y usar ropa fina y costosa.
Todo eso comenzó a cambiar cuando descubrió la pintura.
Su esposa, quien consideraba esa actividad un pasatiempo dominical inofensivo, no tardó en descubrir que la pintura estaba conviertiendose en una pasión irremediable por la cual su esposo comenzó a dejar de lado todo.
En un año estaba en quiebra.
Tras vivir un breve tiepo más con su esposa, Gaugin consagró el resto de su vida a pintar cuadros que nunca pudo vender y que solo provocaban las risas y lo ponían en ridículo ante sus semejantes.
De este modo, la mayor parte de la obra de Gaugin fue rescatada después de su muerte. Sus lienzos fueron encontrados en dormitorios, tabernas, burdeles y todo tipo de lugares en los cuales Gaugin pagó una noche de amor o de sueño por medio de lo único que tenía para ofrecer.
Tras mudarse un tiempo a Arles, en donde visitó por última vez a aquel viejo amigo pintor holandés a quien vio por última vez después de que este tratará de acuchilarlo en una riña con una navaja de afeitar, con la cual, al final, terminaría cortandose gran parte del lóbulo derecho de su oreja, Gaugin se fue y lo dejó detras con el triste destino que le depararon sus últimos años. Al igual que el propio Gaugin, también su amigo sería considerado, tras su muerte, uno de los más grandes genios de la pintura universal, y aquellos cuadros que tampoco vendió en vida, hoy en día ya no tienen precio. Su amigo se llamaba Vincent Van Gogh.
Siguiendo su irremediable alma romántica, Gaugin, recordando sus viajes de juventud como marinero, finalmente partió hacia su celebre destino.
Tahití era exactamente lo que esperaba que fuera: el paraíso. Tras pasar los últimos 27 meses felices de su vida, regresó a Paris con cientos de lienzos que montó en una exposición en la capital de Francia a su regreso.
Vendió menos de 5 cuadros, los cuales fueron adquieridos por un amigo. Un crítico local escribió en un periódico "Si quieren hacer reir a sus hijos, llevenlos a la exposición de Gaugin".
Decepcionado de nuevo, Gaugin regresó al Pacífico, de donde no habría ya de volver. Pero esta vez enfermo. Tras pasar un tiempo en las islas polinesias, terminó sus días en las islas marquesas, viviendo en una choza miserable, pobre y solo.
Tras su muerte, un pescador local encontro dos baúles repletos de lienzos que ni siquiera se molestó en observar. Los tiró al mar.
Al final, Gaugin fue un genio, y como tantos otros, el llamado del arte fue definitivo.
Una de las últimas citas que se le recuerdan lo resume todo:
"Creo que el arte nace de una fuente divina y vive en el corazón de todos los hombres que han sido tocados por su luz celestial. Cuando uno ha probado las delicias del gran arte, se consagra a él inevitablemente y para siempre".
***
La historia de Gaugin es siempre causa de fascinación. Es uno de los arquetipos del artista que deja todo en favor de su arte, incluyendo la civilización. Gaugin lo dejó todo por la pintura: Su trabajo, su dinero, su status, sus amigos, su esposa y su vida burguesa. Aún cuando sufrió decepción tras decepción al no vender sus cuadros, el impulso de crear nunca le abandonó y continuó pintando hasta el último de sus días. No pintaba buscando fama, dinero o reconocimiento. Sus últimos cuadros, aquellos que aquel pescador lanzó a las aguas del pacífico, los pintó en una choza miserable, enfermo y solo, en el fin del mundo.
Es esta una característica de muchos artistas. Crean su arte porque es una necesidad para ellos. Una necesidad que está por encima de cualquier otra cosa.
Gaugin también representa uno de los últimos casos de aquellos artistas para quienes la burguesía y el dinero no representaban nada. Su arte en cambio lo absorbía todo. Insatisfecho con la vida en la ciudad, incoprendido por su familia, amigos y contemporáneos, fue uno de aquellos artistas que decidieron "bajarse del mundo". Huir hacía los confines del mundo civilizado. Hacia tierras sin explorar.
A inicios del siglo XXI ya no existen exóticas tierras vírgenes a donde "huir". Y el cambio en la connotación de la expresión "bajarse del mundo" es evidente. Y siniestro, si se piensa bien.
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