Nací en la Ciudad de México a fines de 1983. Y
al igual que la gran mayoría de la gente de mi país, en el momento en el que
escribo estas líneas mi actitud hacia la vida política mexicana navega entre
el hartazgo, la apatía, la repugnancia y la absoluta decepción y falta de
credibilidad que siento hacia todos los miembros que pertenecen a la clase política de México,
sin hacer grandes distinciones en su filiación partidaria.
No es mi intención defender la apatía política
que me caracteriza en estos momentos – y que creo que es la actitud
predominante que actualmente prevalece en mi país. Por el contrario. Estoy
plenamente consciente de que caer en la apatía política es algo profundamente
peligroso para cualquier sociedad. Estoy plenamente consciente de mi error. Creo
que el desinterés por lo que acontece en el panorama político de un país es el
caldo de cultivo necesario para que aparezcan todo tipo de gobiernos corruptos
e ineficientes – en el mejor de los casos – así como verdaderos regímenes despóticos
que coloquen en el poder a toda clase de personajes siniestros y peligrosos.
Sin embargo, a modo de explicación –no de
justificación- de esta actitud apática y este hartazgo que me inunda cada vez
que alguien menciona lo que ocurre en la política interna y externa de mi país,
me remitiré únicamente a las pruebas mas recientes de la historia política de
este pobre país que es México.
Lo haré de la forma más rápida que me sea
posible.
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Antes de comenzar a hablar del presidente en
turno al momento en el que yo nací, creo necesario remontarme por lo menos a
una breve narración de los tres sexenios que precedieron a 1983.
En 1982, un año antes de que naciera, salía del
poder el presidente en turno de la “dictadura perfecta” que ha regido de forma apenas pausada los últimos 80
años de la historia de mi país: el Partido Revolucionario Institucional.
El PRI es efectivamente esa dictadura perfecta,
que Mario Vargas Llosa describió hace ya varios años, y que le valió su
destierro de este país por décadas:
"México es la dictadura perfecta. La dictadura perfecta no es el
comunismo. No es la URSS. No es Fidel Castro. La dictadura perfecta es
México"
El hombre que dejaba la silla
presidencial en 1982 era José López
Portillo, mejor conocido como “el
perro, gracias a un discurso muy poco afortunado referente a la crisis económica
del momento.
Se le recuerda como un presidente
caracterizado por un sexenio marcado por la corrupción y el nepotismo en el
cual todos los miembros de su gabinete, pero muy en particular, su entonces
procurador de justicia (el negro
Durazo) amasaron fortunas de proporciones obscenas, cortesía como siempre del
bolsillo de los contribuyentes mexicanos.
***
De 1970 a 1976, el rey príista
en turno fue Luis Echeverría, el
exsecretario de gobernación del presidente del sexenio anterior. Su plataforma
política es recordada principalmente por su demagogia y sus promesas de
crecimiento insulsas e incumplidas (“Arriba
y adelante”) Y podría ser otro de tantos expresidentes mexicanos recordados
meramente por su estulticia inofensiva y, por supuesto, su tendencia a la
corrupción.
Sin embargo, Echeverría no fue un
oportunista inofensivo sino una de las figuras más siniestras que se recuerden
en la historia reciente de México.
Ya como secretario de gobernación
en el sexenio anterior, un inmenso caudal de pruebas
incriminatorias lo señalan como uno de los posibles orquestadores
más importantes de la masacre de la Plaza de las tres Culturas en Tlatelolco,
que tuvo lugar el 2 de Octubre de 1968.
Pero durante su sexenio fue el
principal orquestador de la “guerra sucia” de los años setenta, que cobró la
vida un número que jamás ha sido –ni será- oficialmente determinado de hombres
y mujeres mexicanos.
El 10 de Junio de 1971, en el
transcurso de su segundo año en la presidencia, un grupo paramilitar conocido
como “los halcones” que respondía de forma secreta a sus ordenes perpetró la “masacre
de Corpus Christi” (También recordado únicamente como el “Halconazo”)
Aquel día, los asesinos a las órdenes
de Echeverría reprimieron violentamente una manifestación estudiantil en la
Ciudad de México.
En un inicio, la marcha estaba
programada para iniciar en el Casco de Santo Tomás y dirigirse posteriormente
al Zócalo capitalino. Al llegar a una calle conocida como la Avenida de los
maestros, los estudiantes se toparon con un bloqueo perpetrado por agentes de
la policía de la Ciudad de méxico y el cuerpo de granaderos.
Los “Halcones” eran un grupo
paramilitar de choque que respondía de forma no oficial a las órdenes del
gobierno federal y que había sido entrenado por la Dirección Federal de
Seguridad y la CIA.
Arribaron al lugar a bordo de
camionetas y camiones grises sin placas y comenzaron un ataque brutal que sin
embargo fue inicialmente rechazado por los estudiantes. Los Halcones utilizaron
en su ofensiva inicial armas como varas de bambú, palos de kendo y porras, por
lo que en un principio pudieron ser repelidos por los estudiantes.
Sin embargo, en su contraataque,
los halcones dejaron a un lado sus porras para agredir a los estudiantes allí
reunidos con armas de fuego de alto calibre. Los estudiantes intentaron inútilmente
ocultarse de estos asesinos solo para caer en la cuenta de que estaban
completamente acorralados. La policía de la Ciudad de México no movió un dedo y
se dedicó a ser una mera espectadora de los hechos, ya que tenía ordenes de no
hacer absolutamente nada.
Los sobrevivientes –malheridos-
fueron traslados de urgencia al Hospital “Rubén Leñero”, sin embargo la
brutalidad de los asesinos no se detuvo ni siquiera en las puertas del
hospital. Los Halcones entraron a los quirófanos en donde los médicos en turno
trataban desesperadamente de salvar la vida de los estudiantes. Y ahí –en pleno
quirófano- le dieron el tiro de gracia a los pocos sobrevivientes de la
masacre.
Como ya era costumbre entonces –y
lo sigue siendo hasta la fecha- los medios de comunicación prácticamente no
hablaron de nada de lo ocurrido. Como si nada hubiera sucedido. Y la cifra
oficial de muertos no se sabrá nunca con exactitud. Las estimaciones más
conservadoras cifran el número de muertes en 120, incluyendo a adolescentes de
hasta 14 años.
Sobra decir que Luis Echeverría
nunca ha comparecido ante ningún tribunal para pagar por los crímenes que
perpetró. Vive todavía.
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Existen algunos casos en la
historia de la humanidad en los cuales, la fealdad física de un hombre es
directamente proporcional a su prodigiosa inteligencia, como es el caso de Jean
Paul Sartré, por mencionar un ejemplo. En el caso de Gustavo Díaz Ordaz (GDO),
el presidente que gobernó México de 1964 a 1970, ésta lo era con su perversidad y
su legado histórico (y es que en honor a la verdad, GDO era feo como la
chingada)
El sexenio de GDO pasó a la
historia de México por las razones usuales de todos los sexenios príistas: la
corrupción rampante en todos los niveles del gobierno, la sucesión de su
mandato con el famoso “dedazo” que dejó en la presidencia a su secretario de
gobernación, el ya mencionado Luis Echeverría Álvarez, el nulo crecimiento
económico, el rezago educativo, la pobreza eterna del pueblo y nuestra
caricaturesca versión mexicana de un estado democrático.
Pero por supuesto, la historia de
este país le reserva un lugar preeminente grabado con letras de oro en nuestro
propio y extenso salón de la infamia.
En 1968, en la Universidad de
Berkeley en California, así como en París, surgieron de forma casi simultánea
los primeros movimientos estudiantiles que habrían de propagarse a lo largo del
mundo en los meses posteriores. México no fue la excepción. Un pequeño foco de
estudiantes comenzó nuestro movimiento estudiantil. Este se desarrolló
principalmente en la capital del país y surgió –al igual que en el resto del
mundo- en las grandes universidades y escuelas de educación superior de México.
Aquel fatídico año de 1968, México era el encargado de organizar los juegos
olímpicos.
Los ojos del mundo estaban
puestos en nuestro país. Es por este motivo que tanto GDO como el resto del
aparato gubernamental mexicano comenzó a percatarse con terror que nuestro
movimiento estudiantil no solo no se debilitaba conforme la fecha de inicio de las Olimpiadas se aproximaba, sino
que crecía cada vez más e iba incorporando cada vez mas sectores de la sociedad
mexicana.
El movimiento estudiantil
mexicano fue iniciado, organizado y llevado adelante por jóvenes valientes de
la clase media mexicana, instruidos, educados e informados. Una nueva
generación que por primera vez se organizaba y protestaba en contra del
pestilente aparato gubernamental mexicano, así como la falta de democracia, de igualdad social y de libertad de expresión
en nuestro país.
El movimiento era pacífico,
estaba cada vez mejor organizado y con el paso de los meses no solo no daba
señales de irse debilitando, sino que sumaba a cada vez más sectores de la
sociedad mexicana, que por primera vez en la historia de este país salían a las
calles a protestar y a exigir sus derechos de una forma legítima y no violenta. En 1968 se vieron por
primera vez en nuestra historia manifestaciones civiles multitudinarias que
sumaban a cientos de miles de personas a lo largo y ancho de las calles de la
capital.
Un gobierno democrático,
encabezado por un político con principios, hubiera tenido que esforzarse
arduamente por atender las demandas legítimas que su sociedad le demandaba. Desafortunadamente,
en México no regía un gobierno democrático, sino una dictadura disfrazada
encabezada por un asesino con dos dedos de frente que se vio
absolutamente rebasado por la altura de las circunstancias. Por esta razón
reaccionó de la forma más estúpida y brutal en la cual pudo hacerlo: saco al
ejercito a las calles para aplastar al movimiento y abarrotar las prisiones del
país.
No solo eso: Ordenó la masacre más
brutal y aborrecible que México haya visto en toda su historia política
reciente ( 2 de Octubre de 1968, Plaza de las Tres Culturas, Tlatelolco ) De
esta forma terminó con el movimiento estudiantil mexicano y se manchó las manos
con la sangre de los estudiantes mexicanos que murieron masacrados en
Tlatelolco el 2 de Octubre a manos del ejercito mexicano, o que fueron
torturados y asesinados en las atestadas prisiones de Lecumberri durante los días
que siguieron a la masacre.
GDO es junto con Salinas de
Gortari el presidente más odiado de la historia reciente en México. De forma
vergonzosa, las Olimpiadas iniciaron en la fecha planeada, en un país en el cual
los medios de comunicación callaron lo que había sucedido, convirtiéndose en cómplices
de los asesinos del Batallón Olimpia, de GDO, de Luis Echeverría y de todos
aquellos que estuvieron detrás de esa masacre que este país no olvida.
GDO tampoco compareció nunca ante
un tribunal y, aunque repudiado por todos, vivió el resto de sus años en la
opulencia, en la impunidad y mantenido con la pensión vitalicia que en México
disfrutan todos los expresidentes al término de su mandato, cortesía del erario
público.
En una de sus últimas
declaraciones y recapitulando su carrera política, declaró sentirse:
“orgulloso del año de 1968, pues
fue el año en el cual me fue posible salvar a la patria”
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Para el año en que nací, Miguel
de la Madrid (MDLM) llevaba un año en la presidencia, encabezando un sexenio
que hubiera pasado sin pena ni gloria, de no haber sido por una catástrofe
natural.
La mañana del Jueves 19 de
Septiembre de 1985, exactamente a las 7:19 am, el centro del país sufrió el
peor terremoto del siglo pasado. Un sismo de 8.1 grados en la escala de Richter
azotó el valle de México y dejó tras su breve paso una ciudad devastada,
incomunicada y rebosante de damnificados y muertos.
La zona centro de la Ciudad fue
particularmente afectada por el terremoto que dejó tras de sí la imagen de una
ciudad en ruinas. Los módulos Central y Norte de la Torre Nuevo León en la
gigantesca unidad habitacional de Tlatelolco se desplomó. El Hospital Juárez,
el Hospital General de México y el Centro Médico Nacional quedaron también parcial o totalmente
destruidos así como edificios emblemáticos de la capital como el Hotel Regis. La
sede de Televisa Chapultepec quedó prácticamente destruida.
La ciudad quedó incomunicada, y
en su mayoría, carente de servicios eléctricos o de suministro de agua potable.
Según las conservadoras cifras
del gobierno, el número estimado de muertes fue de 6,000 personas, sin embargo
con el paso de los años y tras investigaciones mas serias y detalladas, se
suele cifrar el número estimado real de muertes en 10,000 personas
En medio de algunos de los
ejemplos de heroísmo y solidaridad más notables de la historia de nuestro país,
se llevaron adelante las labores de rescate de cientos de miles de damnificados
y las posteriores y titánicas labores de reconstrucción de las zonas más afectadas de la Ciudad. Decenas
de miles de personas se quedaron sin absolutamente nada. Sin casa, sin comida,
sin familia.
El terremoto de 1985 es el peor
desastre de la historia moderna de México.
El gobierno de MDLM se vio
absolutamente rebasado por la situación y dio muestras de una ineficiencia
absoluta a la hora de intentar coordinar las labores de rescate en la ciudad.
Las enormes tareas de rescate y
las muestras de heroísmo, altruismo y solidaridad sin precedentes que se vieron
durante los días posteriores al terremoto fueron llevadas a cabo gracias a la
organización espontánea de la sociedad civil, que no dudo en tomar la
iniciativa ante un gobierno inoperante que no pudo hacerle frente al desastre.
Para el año siguiente (1986),
México era el encargado de organizar el campeonato mundial de football.
Si la lógica y el sentido común
rigieran el destino del país (y del mundo), el mundial debió haber sido
cancelado o su sede trasladada a otra parte. Sin embargo, gracias en gran parte
a la enorme presión de Televisa (que tenía cientos de millones de pesos
invertidos en el mundial) y de otras corporaciones interesadas, el gobierno de
MDLM siguió adelante con el mundial, que se llevó a cabo en medio de una ciudad
aún devastada hasta sus cimientos por el reciente sismo.
En los días y meses previos al
inicio de la copa, el gobierno hizo enormes esfuerzos, no para reconstruir con
mayor celeridad las zonas más afectadas de la Ciudad, sino para ocultar la devastación de la mejor forma posible mediante el
aislamiento y el camuflaje de las ruinas del centro histórico y de decenas de
colonias enteras de la Ciudad.
MDLM pasó a la historia recordado
como uno de los presidentes más ineptos del pasado reciente del país. Por eso y
por haber sido uno de los principales orquestadores del fraude electoral
mediante el cual su sucesor, Carlos Salinas de Gortari, le robó las elecciones
presidenciales al candidato de la izquierda, Cuauhtemoc Cárdenas.
Como es bien sabido, el día de
las elecciones de 1988 se cayó el
sistema. Aquel fue el eufemismo utilizado para justificar un fraude
electoral que aunque nunca se ha podido comprobar de forma oficial, forma parte
del vox populi mexicano.
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¿Qué puede decirse del sexenio de
Carlos Salinas de Gortari (CSDG)?
Como no es mi intención hacer una
extensa revisión histórica de esos años transcurridos entre 1988 y 1994, basta
decir que con Salinas de Gortari comenzó la lenta pero inexorable transformación
de la economía mexicana a las doctrinas del neoliberalismo.
CSDG comenzó su sexenio bajo una
oleada de protestas y reclamos hacia el fraude electoral que le robó las
elecciones al candidato de la izquierda (Cuauhtemoc Cárdenas) para darle el
triunfo y la presidencia.
Sin embargo, CSDG demostró rápidamente
ser infinitamente más astuto e inteligente que su predecesor (el gris Miguel de
la Madrid), por lo cual comenzó a mejorar su imagen ante la ciudadanía mediante
una campaña masiva en todos los medios de comunicación que comenzó a
mostrar a los ojos del país su supuesto programa político: el programa “Solidaridad”
(Ignoro si el nombre fue una coincidencia o un plagio flagrante al nombre del
programa polaco anticomunista que Lech Walesa lideró en los años ochenta en
Polonia y que también llevaba por nombre “Solidaridad”. En todo caso, la palabra
resultó ideal para lanzar la plataforma política y económica de Salinas,
caracterizada por la imposición del neoliberalismo en México)
Yo estaba en primero de Primaria.
Aún recuerdo con horror como los Lunes, el día de honores a la bandera, por un tiempo,
el himno nacional fue sustituido por el canto
obligatorio del jingle oficial de “Solidaridad”, que resultaba tan repulsivo
como pegajoso (“Sooolidaridad... Vencereeemos...!!!”)
En el extranjero, Salinas de Gortari
pronto se posicionó como el supuesto gran reformador latinoamericano. Una
especie de Gorbachov mexicano que llevaba a cabo su muy mexicana versión de la Perestroika
soviética (es decir, los cambios necesarios para imponer el neoliberalismo como
sistema económico en la sociedad)
CSDG, quien hasta la fecha se
aferra al poder desde las sombras, inició la gran transición económica
neoliberal cuyos efectos y estragos podemos percibir hasta la actualidad. La
desigualdad social y la pobreza se dispararon de una forma estrepitosa durante
su sexenio (y ya no digamos durante los años inmediatos a que dejara el
cargo...)
Los últimos dos años de su
sexenio, su popularidad tanto dentro como fuera de México comenzó a
resquebrajarse debido a una oleada de asesinatos políticos (José Francisco Ruiz
Massieu, Posadas Ocampo, Luis Donaldo Colosio) en los cuales, por lo menos en
el primer caso, su hermano, Raúl Salinas de Gortari fue señalado como autor
intelectual y encarcelado en el penal de máxima seguridad de Almoloya de Juárez.
Para rematar la visión de la supuesta modernización y reforma del país que
pretendía llevar a cabo, el 1 de Enero de 1994 inició el levantamiento del
ejercito zapatista de liberación nacional (EZLN) en San Cristóbal de las Casas,
Chiapas.
CSDG terminó su sexenio dejando
al país sumido en el caos. Pero eso no era lo peor. Dejaba también a la economía
mexicana pendiendo de un hilo.
Tras su salida del poder se largó
inmediatamente a Irlanda a escribir un libro de unas 700 páginas que nadie en
su sano juicio leyó. Sin embargo, el repudio popular hacia su persona se debe a
lo que ocurrió a los pocos meses de que dejara su mandato.
Tras el asesinato del candidato
oficial del PRI, Luis Donaldo Colosio Murrieta, el nada carismático
exsecretario de educación del gabinete de Salinas, Ernesto Zedillo Ponce de León (EZ), terminó convirtiéndose de una forma casi inexplicable en el candidato
sucesor que eventualmente relevaría a CSDG en la presidencia de México.
Uno de los “grandes legados”
neoliberales del salinato fue la firma del Tratado de Libre Comercio (TLC) de América
del Norte, que CSDG pretendió vender como el punto de inicio de un crecimiento económico
sin precedentes que en la práctica solo favorecía y respondía a los intereses
de los Estados Unidos de América.
Tras la oleada de asesinatos
políticos que caracterizó el final del salinato –por no mencionar el
levantamiento zapatista a inicios de 1994- los inversores extranjeros
comenzaron a huir en desbandada del país.
EZ tomo posesión de su cargo el 1
de Diciembre de 1994. A
los pocos días del inicio de su mandato vendría el inicio de la crisis económica
y la consecuente devaluación del peso mexicano que localmente se llamó “el
error de Diciembre” y a nivel mundial fue bautizado como “el efecto tequila”.
La peor crisis económica de la
historia reciente de nuestro país.
Ese fue el legado inmediato del
salinato y la causa de la repulsión generalizada hacia la figura de CSDG en
todo el país, quien se ganó una impopularidad solo comparable a la de Gustavo Díaz
Ordaz, el perpetrador de la masacre de Tlatelolco.
Las repercusiones sociales de la
crisis fueron catastróficas. Millones de familias mexicanas perdieron las casas
y los autos que habían adquirido recientemente en tasas variables. Pero muchos
otros lo perdieron absolutamente todo.
En su momento, la gravedad de la
crisis llegó a verse como el “fin de la clase media mexicana”.
El sexenio de EZ se vio marcado
por la crisis económica y los desesperados intentos de la sociedad y el
gobierno por ponerle un alto.
EZ fue un presidente impopular y
gris que hubiera pasado a la historia simplemente como el infortunado sucesor
del legado inmediato de CSDG de no haber sido por lo que ocurrió el 22 de
Diciembre de 1997 en la localidad de Acteal,
Chiapas, en el municipio de Chenalhó.
Aquel día, indígenas totziles de
la comunidad se encontraban orando en una pequeña capilla cuando fueron
atacados por un grupo paramilitar compuesto por no menos de 90 hombres armados
hasta los dientes. 45 indígenas fueron masacrados a lo largo de las siete horas
que duró la incursión del grupo paramilitar, que actúo con total impunidad pese
a que el lugar se encontraba a 200 metros de un retén de la policía. De las
víctimas, 16 eran niños, niñas y adolescentes; 20 eran mujeres y nueve hombres
adultos. Siete de las mujeres estaban embarazadas.
En su momento, la Comisión
interamericana de Derechos humanos (CIDH) consideró que EZ debía ser condenado
por delitos de lesa humanidad.
Sin embargo, EZ no solamente
eludió estas acusaciones, sino que al término de su mandato se dedicó a
promoverse en el extranjero como “el gran democratizador de México”, motivo por
el cual, hasta la fecha se dedica a dar conferencias con cierta regularidad en
diversas universidades del mundo (por las cuales seguramente cobra unas cifras
nada despreciables en dólares)
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A fines de la década de los 90,
la ciudadanía mexicana comenzaba a confiar en sus instituciones electorales por
primera vez en la historia.
En 1997 se realizaron las
primeras elecciones democráticas para elegir al Jefe de Gobierno de la Ciudad
de México (Anteriormente el cargo era ocupado por un “regente” designado
directamente por el presidente de la república) Y tras una jornada electoral
limpia y transparente, Cuauhtemoc Cárdenas Solórzano, el candidato de la
izquierda al que presumiblemente le habían robado la presidencia en 1988,
ganaba las elecciones en la capital del país por un amplio margen.
Desde entonces, la Ciudad de México ha sido gobernado
por el mismo partido que ganó las elecciones en 1997 y es el bastión más
importante de la izquierda en México.
Con esta nueva confianza en las
instituciones electorales mexicanas, para las elecciones presidenciales del año
2000 se conjuntaron una serie de factores que dieron por resultado un cambio
histórico hacia la alternancia.
En primer lugar, la consigna del
momento era que ganara quien fuera, del partido y tendencia que fuera con
excepción del PRI. Se trataba de sacar al PRI del poder a toda costa.
En segundo lugar, en aquellas
elecciones surgió la figura de Vicente
Fox Quezada (VFQ), exgobernador del estado de Guanajuato por el partido de
derecha, quien se convirtió en un excelente candidato que hizo creer a millones
de mexicanos que no solo era posible sacar al PRI del poder, sino que había
llegado la oportunidad de corregir el rumbo que el país había tomado tras los
desastrosos sexenios de Salinas de Gortari y Zedillo.
De esta forma, el 2 de Julio del
año 2000, al final de una jornada electoral transparente y limpia, VFQ ganaba
la presidencia utilizando al partido de la derecha (Partido Acción Nacional) como
plataforma política.
Tras 75 años de dominio absoluto,
el PRI finalmente era derrotado en las urnas y la voluntad de la sociedad se
imponía a la voluntad del partido único.
Desafortunadamente, VFQ resultó
ser un gran candidato pero un pésimo presidente.
Pocos políticos mexicanos (quizá
ninguno) inició su sexenio con una popularidad y un empuje social tan enorme
como aquel con el que contaba VFQ al inicio de su mandato.
Como pocas veces en la historia,
personajes pertenecientes a diversas clases sociales, así como a tendencias
ideológicas y filiaciones partidistas distintas estaban unidos bajo la
esperanza de un cambio verdadero en el rumbo del país. La gran mayoría de los
mexicanos confiaba en VFQ y lo consideraba casi un héroe al comenzar su
mandato, por el simple hecho de haber logrado sacar al PRI del poder.
Sin embargo, VFQ no solo no supo
capitalizar las enormes ventajas que tenía a su alcance, sino que comenzó a
gastar rápidamente su capital político en francas estupideces.
A los pocos meses de asumir la
presidencia, se casó con su excoordinadora de campaña, Martha Sahagún. A partir
de ese momento y hasta el final de su sexenio, VFQ y Sahagún se convirtieron en
la “pareja presidencial” con todas las nefastas implicaciones que tenía esa connotación.
Martha Sahagún, una especie de Lady Macbeth tropicalizada venida a
menos, se convirtió durante todo el sexenio foxista no solo en la mujer más
poderosa del país sino en el verdadero poder detrás del trono. El problema por
supuesto es que nadie votó por ella. Nadie la eligió para desempeñar ningún
cargo público. Ni siquiera era la esposa de VFQ cuando éste ganó las
elecciones.
VFQ fue un buen candidato a la
presidencia. Pero una vez que asumió el cargo, demostró casi de forma inmediata,
un grado de estulticia verdaderamente alarmante que le obligó a hacer de su
vocero oficial, el pobre hombre que día a día tenía que dar la cara para
explicar a la sociedad mexicana, lo que torpemente había querido decir el día
anterior o a pedir francas disculpas por sus declaraciones imbéciles.
Su gobierno no tuvo nunca un
rumbo ni una meta. Tras su primer año en la presidencia, quedó claro que no
estaba ni a la altura de las circunstancias históricas del momento ni de las
altísimas expectativas que la sociedad tenía depositadas en el.
Su sexenio fue una profunda y
amarga decepción que nos demostró a todos –por si alguna duda había- que la democracia no solo no garantizaba que
ganara el mejor de los posibles candidatos, sino que albergaba la posibilidad
de que triunfara el peor de todos ellos.
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Felipe Calderón Hinojosa (FCH)
fue el candidato de la derecha que ganó las siguientes elecciones
presidenciales del país en el 2006. En dichas elecciones se impuso al candidato
de la izquierda, el ex jefe de gobierno de la Ciudad de México, Andrés Manuel
López Obrador (AMLO).
Su sexenio comenzó de entrada con
las acusaciones generalizadas de un enorme sector de la sociedad mexicana de
haber robado las elecciones mediante un fraude electoral orquestado con la
complicidad del gobierno foxista saliente, el cual le permitió hacerse de esa
ventaja porcentual insignificante con la cual se impuso a AMLO.
Lo cierto es que aquella jornada
electoral estuvo plagada de irregularidades que fueron ampliamente documentadas
no solo por medios de comunicación impresos sino por las cámaras digitales de
los ciudadanos, que por todas partes mostraban las fotografías de las “sabanas”
instaladas en las casillas con el conteo final de la jornada, y las
discrepancias que aquellas cifras mostraban con los números oficiales
reportados en la página oficial del Instituto Federal Electoral.
En mi opinión, creo que es muy
probable que FCH ganara la presidencia
mediante un flagrante fraude electoral. Pero eso es ya irrelevante. Lo que
realmente importa es que ganó las elecciones y asumió la presidencia de la
república, solo para encabezar uno de los sexenios más funestos de la historia
de este país.
Si Fox fue un gran candidato y un
pésimo presidente, FCH fue un candidato gris e inconsistente y un presidente
nefasto que llevó al país al borde del caos.
Como candidato se autonombró “el
presidente del empleo”. Como presidente, el crecimiento económico y la
generación de empleos durante su sexenio fueron casi nulos.
Pero lo que marcó cada minuto de
su sexenio fue la fatídica y estúpida decisión que tomó a las dos semanas de
asumir la presidencia: sacar al ejército a las calles para hacerle frente el
narcotráfico. Calderón anunció desde las primeras semanas de su gobierno que se
embarcaría en una “guerra” contra el narcotráfico. ( "De la guerra contra el narcotráfico y otras patrañas..." ) Y una guerra fue lo que
consiguió. Una guerra. Justo lo que
este país ya de por sí convulsionado y en estado de permanente crisis
necesitaba.( "Los peligros de la palabra ¿Quien pidió esta guerra?" )
Para el momento en el que Calderón
finalmente -y por gracia de Dios- terminó su mandato, dejó tras de sí a una
sociedad mexicana aterrorizada por un nivel de violencia que nunca antes había visto, padecido o imaginado
El número de muertos que su “guerra”
dejó tras el fin de su sexenio a lo largo y ancho del país suele cifrarse en
algún rango entre los cien mil y doscientos mil muertos.
Calderón jamás dijo en su campaña
que sacaría al ejército a las calles para detonar ese baño de sangre. En su
caso no solo se volvió a comprobar que en la democracia puede ganar el peor candidato. También quedó claro que tras su triunfo en las urnas, el candidato
victorioso corre el riesgo de asumir de forma equivocada, que una vez en su
cargo, puede hacer lo que le venga en gana, sin tener que consultar sus
decisiones con la sociedad a la que supuestamente representa.
En mi humilde opinión, FCH será
recordado como uno de los peores presidentes de la historia moderna de México. Felizmente
la pesadilla llegó a su fin en el 2012. Su mandato terminó. Y por el momento, el legado de
ineptitud y sangre que su sexenio le dejo a este país le impide dar la cara en público. Según mis predicciones, no sabremos nada de el por un buen rato (A Dios gracias)
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Mientras tanto, en el 2014, el PRI esta de regreso en la presidencia ( "Vs. Enrique Peña Nieto" )
Asi las cosas.
Entiendo que la apatía política y el hartazgo que prevalecen actualmente en la sociedad mexicana deben corregirse. Y no deben justificarse. Pero ¿Alguien podrá acaso negarme que existe por lo menos una explicación para su presencia?