Es muy dificil determinar si se trata o no del acto más cobarde o valiente de todos. Sabemos que es un recurso del cual echan mano aquellas personas que se encuentran desesperanzadas o desesperadas. El fín último en los dos casos es el mísmo, sin embargo las motivaciones son diferentes.
Es muy dificil, si no imposible, el explicarle a una persona sana, lo que significa experimentar el dolor producido por una depresión. Es un dolor distinto a cualquier otro que el ser humano sea capaz de experimentar.
Al contrario de como sucede normalmente cuando el medio nos es adverso, cuando enfrentamos una pérdida de cualquier especie, sea la muerte de un ser querido, la pérdida de un estatus, la pérdida de nuestro lugar en la sociedad o de nuestra utilidad en la mísma, el dolor en la depresión no es la consecuencia de ninguna de estas cuestiones. Puede ir causando algunas de ellas con el paso del tiempo, pero lo primero que hay que precisar es que en la mayoría de los casos se trata de un dolor que la persona experimenta como inexplicable. De entrada no parece haber una causa aparente para sufrirlo, sin embargo la persona siente un dolor debilitante. ¿Podemos definirlo como un dolor? En ocasiones creo que sí. Cuando llega a ser muy intenso, casi puede experimentarse como un dolor físico, vago, localizado en todas partes y en ninguna, acompañado de una ansiedad, de una angustia paralizante que le impide a la persona funcionar, hasta el punto de postrarlo en la cama. Porque esa tristeza derivada de la depresión rara vez aparece sola, sino que frecuentemente se acompaña de angustia. En mi opinión, la tristeza y la angustia son dos polos de una misma condición de malestar, que en conjunto o no, debilitan a la persona.
A veces gradualmente. A veces, cuando el dolor es intenso, de una forma tan acelerada que la persona en cuestión no tiene oportunidad de reaccionar de forma alguna. Sus defensas personales son sobrepasadas y la intensidad de sus síntomas lo llevan en el mejor de los casos a la parálisis, o en el peor, a la acción. La tristeza y la angustia patológicas conducen de forma natural, de no hacer uso de algún medio a nuestro alcance, a que la persona que las padece vaya poco a poco siendo tan desgastado hasta el punto en el cual llega a la desesperación, un estado en el cual la persona, de forma impulsiva desea por cualquier medio frenar ese sufrimiento interno. Y la gravedad de los métodos que utilice para lograr ese objetivo varían y pueden ir desde el incurrir en actos peligrosos (Como el tomar un exceso de somníferos con el fín de dejar el dolor, aunque sea de forma momentánea) hasta el recurrir al último recurso posible, que consiste en terminar con la propia vida.
El otro posible destino al que conducen las principales emociones de la melancolía es a un estado quizá más peligroso en ciertos aspectos que la propia desesperación: la desesperanza. La persona se va debilitando gradualmente, hasta el punto en el cual una idea se instala en la psique del individuo: la idea de que pase lo que pase, no existe ya un remedio posible a la situación presente.
Por muchas razones, la desesperanza es quizá más peligrosa aún que la desesperación. Al igual que ésta, también puede llevar al individuo a realizar actos peligrosos con el fín de frenar el dolor, sin embargo, en la desesperanza es más común que la persona recurra a la solución final, ya que sabe, aunque se trate de un error cognitivo, que aún cuando los somníferos -por seguir el mismo ejemplo- atenuarán el dolor por un momento, eventualmente se despertará de nuevo y todo seguirá igual, o peor. Es éste el nucleo de la desesperanza que se instala en la mente de la persona sumida en la melancolía. Por esta razón, la persona desesperanzada normalmente recurrirá con más frecuencia a la solución final e irremediable de terminar con la propia vida, que la persona desesperada.
La desesperanza es también más peligrosa porque a menudo, una persona que alcanza este estado, lleva más tiempo sumida en la melancolía que una persona desesperada. La desesperación puede llegar en un lapso menor a un día. La desesperanza por el contrario, requiere más tiempo. No existe un estandar de éste, pero lo que sabemos es que el tiempo que se necesita para alcanzar la desesperanza es mayor.
Una persona desesperada recurrirá a conductas de riesgo rapidamente, pero a diferencia del desesperanzado, tendrá menos tiempo para planearlas, lo cual frecuentemente conduce a actos menos peligrosos o intentos suicidas menos letales.
La persona desesperanzada, por el contrario, ha permanecido ya mucho tiempo sumida en la melancolía, por lo que ha tenido muchísimo más tiempo para planear algo más dañino o letal. Y al estar más debilitado que la persona desesperada, a menudo se verá obligado a utilizar la poca energía que tiene en planear con mas detenimiento el acto. El desesperado tiene más energía, sin embargo planifica menos y a menudo no utiliza toda la energía que tiene en la conducta de riesgo en la que incurre.
Por el contrario, la persona desesperanzada, al carecer ya prácticamente de energía, se verá obligada a utilizar más su inteligencia, ya que su acto será probablemente menos espectacular que el de el desesperado, sin embargo será más letal.
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