"The best you´ll ever have is just your memory and those dreams"
Fluorescent adolescent
- Arctic Monkeys
Este texto está dedicado a Julieta
Fluorescent adolescent
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Este texto está dedicado a Julieta
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"No dejes que muera el sol sin que hayan muerto tus rencores"
Puesto que yo soy imperfecto y necesito la tolerancia y la bondad de los demás, también he de tolerar los defectos del mundo hasta que pueda encontrar el secreto que me permita ponerles remedio.
MK Gandhi
Todas las personas que he querido a lo largo de mi vida -familiares, parejas, amigos- , todas sin hacer distinción alguna, tienen alguna característica única e irrepetible ante mis ojos que explica el porqué, no solo en su momento, sino por el resto de mi vida, serán especiales, incluyendo a esas personas que siguen aqui y aquellas personas que viven en mi pasado y vivirán por siempre en mi memoria.
Con el paso de los años vamos perdiendo el contacto de muchas de estas personas. Los motivos pueden ser miles. En algunos casos no hay un motivo en particular y es solo el tiempo el cual nos va separando de ellas. En otros casos es alguna pelea o disputa.
Entre más pasa el tiempo, la fuerza que cobran las memorias de los momentos felices que vivimos con esas personas va creciendo. Y vamos entendiendo que nuestra vida al fin y al cabo es la suma de esas memorias. Que por cada momento adverso y dificil que pasamos también hubo momentos felices y son estos los que recordaremos al final.
Por el contrario, entra más pasa el tiempo, esas peleas y esas razones por las cuales nos separamos de alguna persona se van difuminando. Y en algunos casos el recuerdo se olvida por completo y somos incapaces siquiera de recordar el porqué perdimos el contacto de una persona que en su momento fue importante para nosotros por los momentos que compartimos con ellas, por las cosas que les enseñemos y nos enseñaron y esas enseñanzas que obtuvimos con la simple convivencia que mantuvimos durante el tiempo que la vida nos permitió compartir con ellas.
Todos tenemos a nuestras personas especiales. Y esa característica a la que me refería que estas personas tienen ante nuestros ojos engloba muchas cosas. Es la esencia de esa persona, con todas sus virtudes y sus defectos. El querer a alguien -en la acepción más amplia del término y sin hacer distinción alguna- implica el quererla por esas virtudes que a la vez enriquecen nuestra vida, en la misma proporción que por aquellos defectos que tienen.
Los seres humanos somos extraordinariamente parecidos unos a otros. Esos defectos que vemos en otras personas en una gran proporción también los tenemos nosotros, ya sea que estemos conscientes de ello o no. Y en todo caso, por cada defecto que tiene cualquier persona a nuestro alrededor, nosotros podemos tener el mismo y con toda certeza tenemos otros.
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Creo que nadie tiene el derecho de juzgar los defectos o errores de otra
persona, con excepción de aquellos que dañen a otra persona. Y las
razones por las cuales creo esto son múltiples.
Con frecuencia juzgamos errores que nosotros también hemos cometido en algún momento de nuestra vida, o que no estamos exentos de cometer en el futuro. O juzgamos un error que nosotros también podríamos haber cometido si nuestra vida fuera diferente y nos hubiera tocado vivir determinadas circunstancias por las cuales no hemos pasado.
Cuando juzgamos un error, debemos saber de forma tácita que estamos a la vez aceptando el derecho de las demás personas a juzgarnos por nuestros propios errores del pasado, por los errores que estamos cometiendo en el presente o que con toda certeza cometeremos en el futuro.
Los seres humanos somos falibles y una de las pocas certezas que tenemos es que, a lo largo de nuestra vida, iremos aprendiendo lecciones de nuestros aciertos -y sobre todo de nuestros errores- pero seguiremos equivocandonos no importa lo que hagamos. Es parte de la naturaleza humana Es algo de lo que debemos estar conscientes y entre más pronto lo hagamos mejor.
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Si es cierto que constantemente estamos aprendiendo a lo largo de nuestra vida, tanto en las buenas temporadas como en las malas, también es cierto que una persona esta necesariamente incompleta si no ha atravesado por tiempos adversos.
Existen aspectos de nosotros mismos y errores en nuestra forma de pensar y actuar que solo nos es posible ver mientras atravesamos los tiempos más adversos. De la misma forma es cierto que existen ciertas características -cualidades, defectos o simplemente rasgos- de las personas que nos rodean que solo podemos conocer en los tiempos difíciles.
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La vida que uno tiene, con todos sus aspectos positivos y sus aspectos negativos, con todos sus aciertos y errores, con todos sus buenos momentos y malos momentos, está dictada únicamente por uno mísmo. No existe ningún otro factor al cual recurrir para agradecer o renegar por lo bueno o lo malo que tenemos, con la posible excepción del azar, y eso hasta cierto punto, pues lo cierto es que no son las circunstancias de la vida las que deben de determinar nuestra vida. Somos nosotros quienes debemos determinar esas circunstancias.
Es este un concepto al cual he llegado más por las equivocaciones que he cometido que por los aciertos que haya podido hacer.
Es algo en lo que hoy creo gracias a haberme equivocado innumerables veces actuando y pensando exactamente lo contrario.
Y es una de las reflexiones a las que he llegado tras pasar por los momentos más difíciles que me ha tocado vivir. Hasta ahora. Con toda seguridad en su momento ya vendrán tiempos mucho más difíciles de los que haya podido vivir hasta ahora, pero es solo en esa adversidad -y no en la eterna calma- donde se obtienen ciertas enseñanzas y conocimiento de uno mísmo.
Con frecuencia juzgamos errores que nosotros también hemos cometido en algún momento de nuestra vida, o que no estamos exentos de cometer en el futuro. O juzgamos un error que nosotros también podríamos haber cometido si nuestra vida fuera diferente y nos hubiera tocado vivir determinadas circunstancias por las cuales no hemos pasado.
Cuando juzgamos un error, debemos saber de forma tácita que estamos a la vez aceptando el derecho de las demás personas a juzgarnos por nuestros propios errores del pasado, por los errores que estamos cometiendo en el presente o que con toda certeza cometeremos en el futuro.
Los seres humanos somos falibles y una de las pocas certezas que tenemos es que, a lo largo de nuestra vida, iremos aprendiendo lecciones de nuestros aciertos -y sobre todo de nuestros errores- pero seguiremos equivocandonos no importa lo que hagamos. Es parte de la naturaleza humana Es algo de lo que debemos estar conscientes y entre más pronto lo hagamos mejor.
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Si es cierto que constantemente estamos aprendiendo a lo largo de nuestra vida, tanto en las buenas temporadas como en las malas, también es cierto que una persona esta necesariamente incompleta si no ha atravesado por tiempos adversos.
Existen aspectos de nosotros mismos y errores en nuestra forma de pensar y actuar que solo nos es posible ver mientras atravesamos los tiempos más adversos. De la misma forma es cierto que existen ciertas características -cualidades, defectos o simplemente rasgos- de las personas que nos rodean que solo podemos conocer en los tiempos difíciles.
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La vida que uno tiene, con todos sus aspectos positivos y sus aspectos negativos, con todos sus aciertos y errores, con todos sus buenos momentos y malos momentos, está dictada únicamente por uno mísmo. No existe ningún otro factor al cual recurrir para agradecer o renegar por lo bueno o lo malo que tenemos, con la posible excepción del azar, y eso hasta cierto punto, pues lo cierto es que no son las circunstancias de la vida las que deben de determinar nuestra vida. Somos nosotros quienes debemos determinar esas circunstancias.
Es este un concepto al cual he llegado más por las equivocaciones que he cometido que por los aciertos que haya podido hacer.
Es algo en lo que hoy creo gracias a haberme equivocado innumerables veces actuando y pensando exactamente lo contrario.
Y es una de las reflexiones a las que he llegado tras pasar por los momentos más difíciles que me ha tocado vivir. Hasta ahora. Con toda seguridad en su momento ya vendrán tiempos mucho más difíciles de los que haya podido vivir hasta ahora, pero es solo en esa adversidad -y no en la eterna calma- donde se obtienen ciertas enseñanzas y conocimiento de uno mísmo.
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Cada persona que nos ha acompañado en nuestro trayecto, ya sea por un día o por seis años, y que es importante para nosotros por las memorias que nos dejaron, son nuestros más preciados tesoros.
Al final, la vida es la suma de todos los momentos que vivimos.
Pero los que recordaremos en el último instante son los momentos más felices que le debemos a todas y cada una de las personas que compartieron un momento de su vida con la nuestra.
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La única muerte verdadera es el olvido. Nuestro paso por este mundo es breve, apenas un suspiro. Nuestra desaparición material es el fin de todas las cosas en cuanto a que no creo que exista nada más allá. Pero nuestra ausencia física no significa que estemos destinados a desaparecer del todo.
Dejando a un lado a nuestra descendencia, o a la posible obra que dejemos, creo que lo único que le da un sentido a nuestro fugaz paso por este mundo son las memorias y los instantes que dejamos impresos en la mente de las personas que tenemos a nuestro alrededor.
Creo yo que perdemos el tiempo temiéndole a la muerte. La muerte nos acompaña durante todo nuestro trayecto. A veces la ignoramos. A veces nos preocupa. En algún momento nos hacemos conscientes de su presencia y del irremediable destino que representa, y por un momento corremos el riesgo de sentirnos solos y desamparados.
En un mundo sin Dios y sin una luz al final del túnel, cuando nos llega el momento de ver a la muerte a los ojos, la primera pregunta que nos asalta es como encontrarle un sentido a nuestra vida, cuando la esencia misma de esta parece oponerse a que lo tenga.
Dios le da un sentido a nuestra existencia. Nos hace sentir especiales. La vida eterna parece un aliciente válido para todos nuestros esfuerzos y un consuelo necesario para nuestras tantas otras penas. Sería maravilloso que las cosas fueran tan fáciles. Pero lo cierto es que parece mucho más probable que todo el concepto de un Dios creador que vela por nosotros y la vida eterna que nos ofrece al final de nuestra jornada sean más una salida fácil, producto de nuestro mismo miedo y soledad, que una existencia real externa e independiente a nuestra mente.
¿Que es lo que nos queda entonces? La opción de creer siempre está abierta y no pretendo juzgar a aquellos que deciden tomar esa ruta. Es más cómoda y acogedora, y la opción de abandonar a Dios parece en un principio un aterrador salto al vacío que nadie en su sano juicio parecería querer como elección.
Sin embargo, lo cierto es que la realidad es una, y esta -lamentablemente- no tiene la mínima obligación de resultarnos agradable de ninguna forma.
Al vernos entonces en el espectro de un mundo sin Dios, y pasando el terror momentáneo que nos invade en un principio -y que nunca se va por otro lado, pero disminuye de intensidad- nos vemos obligados a replantearnos las cosas y tratar de buscarle un sentido a nuestras vidas dejando a un lado los consuelos fáciles pero inconsistentes.
Entramos entonces en un humilde terreno en el que los detalles aparentemente fútiles e irrelevantes comienzan súbitamente a cobrar un valor especial y cada vez mayor.
Tal vez sea cierto -y lo es- que nuestra existencia es en esencia algo irrelevante cuando la observamos bajo la lente de una escala de tiempo lo suficientemente grande. Pero es precisamente entonces -cuando nos damos cuenta de ese hecho- que debemos aprender a ser humildes y echar mano de los más pequeños y aparentemente triviales detalles de nuestra vida para tratar de edificarle un sentido y propósito, aunque sea solo ante nuestros ojos.
El tratar de ser feliz me parece un buen inicio aunque no sea hablar de poco, ya que como es bien sabido, es esta la más dificil tarea de todas y en ella inician y terminan las alegrías y penas de todos nuestros esfuerzos terrenales.
Quizá aún más importante que esto sea el tratar de hacer felices a las personas que fugazmente se cruzan en nuestro camino a cada paso que damos. Esos seres tan insignificantes y valiosos a un tiempo como nosotros, tan confundidos y solos, tan desamparados y desprotegidos, que casualmente pasan sus vidas en nuestra misma escala temporal, dándonos la irrepetible oportunidad de compartir unos años, unos meses, unos días, una tarde o una noche.
El recuerdo de un buen momento, el socorro en un problema, el consejo en un dilema, el consuelo en una pena, la impresión de nuestras palabras y nuestros actos en la vida de alguien más, es en esencia lo que tenemos para edificarle un propósito a nuestra vida.
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Creo que pasamos demasiado tiempo de nuestras vidas preocupandonos por trivialidades que consideramos importantes en base a haber sido educados y posteriormente adoctrinados por la sociedad para creer que existe una formula única que nos conduce a la felicidad. A menudo buscamos la felicidad en base a esa fórmula que nos impone la sociedad. Frecuentemente confundimos la felicidad que buscamos con una serie de metas a alcanzar que más que reflejar un concepto propio e individual de bienestar, en esencia no es más que un compendio de convencionalismos sociales que aceptamos más por miedo al fracaso que por anhelo de la felicidad. Un concepto de fracaso que nos es impuesto por la presión de una sociedad que mide el éxito tomando como parámetro la prosperidad material, el status y el dinero.
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Se suele usar la frase: "El dinero no compra la felicidad", sin embargo, en base a la observación, el dinero no compra la felicidad. El dinero es la felicidad. Y si el dinero es el parámetro primordial, todos sus símbolos, equivalentes y medios para alcanzarlo son parte de una definición más amplia de esta felicidad.
Vamos a la escuela, estudiamos, cursamos una carrera universitaria, acumulamos dinero, consumimos bienes que le reflejan a la sociedad nuestro éxito económico, con lo cual esperamos aceptación social y el evitar el ser rechazados bajo la marca del fracaso.
Hasta aqui, la felicidad es un concepto dictado por la sociedad y equivale a la prosperidad material, de la misma forma que el fracaso es el miedo al rechazo y el rechazo a su vez el fracaso. Mediante el dinero buscamos también respeto. También lo buscamos mediante logros académicos como el terminar una carrera universitaria.
A fin de cuentas nada tiene de malo el procurarnos prosperidad material. No se trata de que el mundo entero practique la vida de un asceta. Nada tiene de malo ganarnos el respeto de los demás.
El problema, en mi opinión, es buscar estos logros equiparandolos a la felicidad sin cuestionarnos si en verdad seremos felices -entendiendo la felicidad como un concepto individual que representa bienestar, satisfacción y el disfrutar lo que hacemos- o solo socialmente aceptados.
No discuto ni critico si a alguien le basta la aceptación social para ser feliz. Sin embargo, a menudo el miedo al fracaso que nos impone la sociedad nos lleva a consagrar nuestras vidas a conseguir dinero y aceptación social, solo para darnos cuenta que cuando llegamos a la meta, no somos más felices de lo que eramos hace unos años.
Es entonces cuando algunas personas se dan cuenta que en el pasado, pese a tener menos dinero solían ser más felices. Solo entonces, tras años de preocuparse por cumplir con las normas sociales caemos en la cuenta que el dinero no es la medida del bienestar personal, sino solo el parámetro con el que la sociedad mide el éxito.
La felicidad no es un fin que se alcanza cierto día para conservarse a perpetuidad. Es cambiante. Es posible. Existe. Pero creo que se compone de fragmentos de nuestra vida que van y vienen. A menudo, durante aquellos momentos de nuestra vida en que hemos sido más felices, no fuimos más conscientes de ello, ya que estabamos demasiado preocupados por alcanzar una felicidad que sin darnos cuenta, teníamos precisamente frente a nosotros.
Mi concepto de la felicidad es subjetivo, al igual que el de todos los demás. Creo que la prosperidad material juega un papel, pero solo hasta el punto de tener el suficiente dinero para no pensar en el. El bienestar es interno. Poco importa en donde nos encontremos. Importa más lo que hagamos. Disfrutar, o mejor dicho amar lo que hacemos parece algo facil, sin embargo es uno de los privilegios más raros y dificiles de alcanzar. Cuando llegamos a tenerlo, lo demás se facilita.
Dedicarnos a algo que amamos es algo que en mi opinión es un requisito ineludible de la felicidad. La compañía de alguien también lo es. Siempre y cuando hayamos llegado a ser felices solos. Solo entonces estamos en condiciones de complementar a otra persona. Este complemento no consiste en buscar aquello de lo que carecemos - y que debemos tener- en alguién más, sino en esa compañía, en ese respeto mutuo, en esas experiencias, vivencias y enseñanzas que una y otra persona comparten. Enriquecer la vida del otro al tiempo que uno recibe lo mismo. No llenar las carencias propias mediante la busqueda de alguien que pueda darnos aquello que si bien nos falta, debemos construir nosotros, y no buscarlo en alguien más.
Es un concepto complicado. Lograr esto es dificil. Sin embargo creo que en ello radica la felicidad. El dinero es un parámetro muy pobre para definir la felicidad.
Es más fácil conseguir la prosperidad material y ser miserable en el intento, que ser feliz haciendo aquello a lo que dedicamos nuestro tiempo, aún cuando no nos repare una cantidad de dinero tan grande como aquel que vive para ello aunque odie lo que hace.
La felicidad es un espejismo. Existe. Pero cuando por un figaz momento nos damos cuenta de su presencia se ha ido y debemos comenzar de nuevo. Sin embargo, el haber sido feliz, por esos breves y fugaces momentos en los cuales habita la felicidad, basta para poder decir que todo valió la pena.
No es lo mismo vivir que matar el tiempo. El ser humano busca la felicidad. Es paciente. Pero en ocasiones las cosas parecen salirse de nuestro control. En ocasiones la paciencia tiene un límite. Y el cansancio un precio. La espera parece eterna. En ocasiones todo se conjunta. Y solo cabe esperar que la paciencia dure el tiempo suficiente para recuperar la confianza en que las cosas mejoraran.
Es más fácil conseguir la prosperidad material y ser miserable en el intento, que ser feliz haciendo aquello a lo que dedicamos nuestro tiempo, aún cuando no nos repare una cantidad de dinero tan grande como aquel que vive para ello aunque odie lo que hace.
La felicidad es un espejismo. Existe. Pero cuando por un figaz momento nos damos cuenta de su presencia se ha ido y debemos comenzar de nuevo. Sin embargo, el haber sido feliz, por esos breves y fugaces momentos en los cuales habita la felicidad, basta para poder decir que todo valió la pena.
No es lo mismo vivir que matar el tiempo. El ser humano busca la felicidad. Es paciente. Pero en ocasiones las cosas parecen salirse de nuestro control. En ocasiones la paciencia tiene un límite. Y el cansancio un precio. La espera parece eterna. En ocasiones todo se conjunta. Y solo cabe esperar que la paciencia dure el tiempo suficiente para recuperar la confianza en que las cosas mejoraran.
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No creo en un mundo dividido en "buenos" y "malos". No creo que haya buenas personas por un lado y malas por otro. Me parece una simplificación burda. La naturaleza humana es muy compleja para ser categorizada con un parámetro tan simple.
No creo en el derecho de juzgar a otras personas. Una persona es como es y actua de la forma que lo hace debido a un millón de variables que no conocemos, que esa persona no eligió y que tampoco está en nuestras manos juzgar. La persnalidad de una persona esta moldeada por su cerebro, por la educación que recibió, por la forma en que fue criado, por las experiencias que ha vivido, por las cosas que ha enfrentado o no ha enfrentado, por el entorno creció y vive actualmente y en un millón de cosas más que no está en su control y mucho menos en el nuestro.
Puesto que yo no soy perfecto, no tengo ningún dereco a juzgar a otra persona que al igual que yo tampoco lo es. El traspasar ese límite tras el cual una acción perjudica a alguien más es el único motivo válido para censurar los actos de una persona.
Aquella persona que pasa su vida juzgando y criticando a los demás está diciendo mucho más de sí misma que de las personas de las cuales está hablando.
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El ser humano que más admiro es, con diferencia, Mahatma Gandhi.
La lectura de la biografía de Gandhi de Louis Fischer (Cuyo link es este) es algo que marcó mi vida de distintas formas. Fundamentalmente, puedo decir que la lectura de ese libro y el conocimiento a fondo de la vida y obra de Gandhi me mostró que así como existen innumerables ejemplos de maldad en el mundo, existió una persona que a lo largo de toda su vida exhibió con su ejemplo las más altas virtudes que un ser humano puede alcanzar.
En general, las personas que admiro se caracterizan por ser personas que a lo largo de su vida, en las más dificiles encrucijadas de vidas muchisimo más dificiles que la que a mi me ha tocado, han sabido distinguir el camino más justo y benéfico para todos. Son personas que no le han sido fieles a ningún partido político ni grupo en particular sino únicamente a su propia conciencia, algo que en la mayoría de los casos les terminó costando la vida.
Ninguno de estos personajes fue perfecto ni estuvo exento de comenter errores. Malcolm X fue condenado por robo e inició su transformación en la prisión. Todos, Luther King, Malcolm X, Nelson Mandela, Ernesto Guevara y el mismo Gandhi cometieron errores.
No existen los seres humanos perfectos. Eso es solo un cuento infantil que la iglesia católica gusta de contarle a sus feligreses. Ningún santo del Vaticano fue perfecto y con frecuencia podemos encontrar ejemplos de "santos" que en realidad merecerían arder en el infierno, si este existiera.
De tal manera que debemos comenzar por desechar la idea de que existan seres humanos perfectos e infalibles.
Estos personajes de la historia a los cuales admiro cometieron errores como todos nosotros y pasaron por tiempos adversos.
Gandhi estuvo en prisión innumerables veces y realizó decenas de ayunos a muerte en los cuales en más de una ocasión estuvo a punto de morir. Luther King vio a su padre asesinado por el KKK y a su casa arder en llamas en su infancia. Malcolm X murió abatido a disparos cuando rompió sus lazos con la liga musulmana con la cual inició su carrera y a la cual terminó renunciando al exponer la corrupción moral de su lider, que posteriormente ordenaría su asesinato. El Ché partió de Tuxpan Veracruz a bordo de un buque para 18 tripulantes en el cual se embarcaron 80 personas y toneladas de municiones y armas. Desembarcó en el lugar equivocado. Y así, infiltrandose en la Sierra Maestra, terminaría derrocando al gobierno de Batista, el dictador en turno apoyado por los Estados Unidos. Gandhi permaneció 30 años en Sudafrica defendiendo los derechos civiles de sus compatriotas y de los africanos antes siquiera de regresar a la India e iniciar la lucha por la libertad de su país. Durante su estancia en Sudafrica estuvo a punto de ser linchado.
Todas estas personas, que son los seres humanos a los cuales yo puedo referirme como verdaderos "heroes", cometieron errores y sobrevivieron a tiempos adversos.
El reconocer y aprender de sus errores y el sobrevivir esos tiempos adversos y asimilar esas enseñanzas que solo pueden conocerse en las más difíciles situaciones, es lo que los convirtió en lo que fueron.
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Nadie puede hacer el bien en un espacio de su vida, mientras hace daño en otro. La vida es un todo indivisible.
No creo en la venganza.
Creo que son dos las reglas más importantes que deberíamos seguir para convivir con nuestros semejantes: Con nuestras familas, nuestros amigos, nuestras parejas, nuestros compañeros, con todas las personas que nos rodean. Y creo que esas dos reglas son muy simples.
Gandhi
No creo en la venganza.
Creo que todas las personas sin excepción tienen alguna cualidad de la cual podemos aprender algo. Aunque no lleguemos a ser amigos, podemos aprender algo de nuestros compañeros. Si nos topamos con una persona que simple y sencillamente no nos simpatiza, una persona en la cual a nuestros ojos, no podemos ver algo bueno, lo mejor que podemos hacer es apartarnos y dejar que siga su vida. Nada más.
A veces alguién nos daña. Y a veces por circunstancias del destino, la vida nos pone enfrente la oportunidad de vengar ese daño.
Creo que la valía de una persona supera sus errores. Su valía es algo implícito. Siempre estará ahí. Los errores pueden deberse a mil cosas. Y pueden cambiarse. Creo que el daño que la persona nos haya hecho no va a cambiar con el daño que le hagamos nosotros. Por esa razón creo que la venganza es un recurso fácil al que recurrir. Pero es el menos razonado y el más cruel de todos.
El odio no se responde con odio. Eso lo dijo Gandhi.
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Creo que son dos las reglas más importantes que deberíamos seguir para convivir con nuestros semejantes: Con nuestras familas, nuestros amigos, nuestras parejas, nuestros compañeros, con todas las personas que nos rodean. Y creo que esas dos reglas son muy simples.
En primer lugar, el colocar la libertad como el valor más importante de todos: Nuestra libertad es absoluta e irrestricta mientras no dañemos a alguien más, directa o indirectamente, ya sea en su integridad o en sus intereses. Ese es el límite. Mientras no crucemos ese límite, somos libres de conducir nuestras vidas como mejor nos parezca.
Si se cruza ese límite, es cuando estamos incurriendo en un acto que merece ser juzgado y castigado en todo caso.
Sin embargo, solo es válido juzgar un acto cuando se ha cruzado esta barrera. De otra forma, una persona que ejerce su libertad siguiendo esta regla, no debe ser juzgado, criticado o censurado.
Creo firmemente que una de las peores cosas que podemos hacer es juzgar a otras personas por su modo de vida, sus acciones, su aspecto, sus preferencias sexuales o religiosas y la forma en que han decidido conducir su vida cuando todo esto lo han hecho manteniendose dentro de estos límites. Es decir, cuando todas sus acciones u omisiones no han afectado a nadie más. Con esto me refiero a otra persona. Ni siquiera creo válido juzgar a alguien que realiza una acción que potencialmente puede dañarle a si mismo. John Stuart Mill, en su tratado "Sobre la libertad" escribió: "Sobre sí mismo, sobre su cuerpo y sobre su mente, el individuo es soberano."
Juzgar a otra persona implicaría que aquel que juzga es perfecto y por tanto tiene el derecho de criticar las imperfecciones que el no tiene. Resulta obvio que no existe ningún ser humano perfecto, que somos falibles y nuestras opiniones pueden ser erróneas y son siempre subjetivas. Aún cuando existiera un ser perfecto, su misma condición perfecta le impediría incurrir en un error como el emitir un juicio de valor sobre otra persona que no le está haciendo daño a nadie.
Esta definición de la libertad y su consecuente restricción para emitir juicios sobre aquellas personas que se mantengan dentro de dichos margenes implican el anteponer tres valores como los más importantes dentro de la convivencia en una sociedad: Libertad, tolerancia y respeto.
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Creo que toda persona tiene alguna cualidad única que le hace especial y que le diferencia de los demás. Por esta razón, creo que en nuestro camino por la vida, deberíamos tratar de encontrar en cada persona que nos rodea esa cualidad en lugar de concentrarnos en criticar sus imperfecciones. Porque toda persona tiene algo que dar. Toda persona tiene algo que enseñarnos.
No se trata de ser amigo de todas las personas a nuestro alrededor. Eso es imposible. Hay ciertas personas que reunen ciertas características por las cuales elegimos como amigos o como una pareja. Pero todas las personas -eso creo por lo menos- tienen algo de lo que podemos aprender. Algo que puede enriquecer nuestra forma de pensar y de ver el mundo.
Habrá personas con las que que simple y sencillamente no podamos convivir. En este caso, creo que lo mejor que puede hacerse es simplemente hacerse a un lado y mantener distancia. Vive y deja vivir. Si no puedes tolerar a una persona, lo mejor que puedes hacer es ignorar su existencia. De este modo ambas partes pueden simplemente seguir su camino sin necesidad de hacerse pedazos.
Creo que aquellas personas que frecuentemente no encuentran nunca nada bueno en las personas que les rodean y además consagran su vida a juzgar a los demás, están reflejando sus propios errores cuando erroneamente creen ser un juez objetivo de las personas que les rodean.
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