No creo en un Dios antropomórfico ni moral, tal como el que establecen las más grandes religiones del mundo y sus derivados menores -las denominadas sectas-. Tal como dijo Einstein, creo que la ciencia no es un método perfecto pero es simplemente el mejor que tenemos para llegar al conocimiento. Un conocimiento objetivo, comprobable y reproducible.
Debido a mi creencia en la ciencia, debo de adherirme al grupo demográfico de los agnósticos ya que debo reconocer que no puedo demostrar la existencia de Dios, pero tampoco refutarla, sin embargo, en lo que a mi respecta, no me cabe la menor duda que Dios no es un ente sobrenatural que creo al universo, al ser humano y al resto de los seres vivos. Aplicando ese básico aforismo científico conocido como la navaja de Occam, lo que creo es que el ser humano creo el concepto de Dios, en un intento por explicar todo aquello que sus sentidos percibían, pero su inteligencia aún no era capaz de entender.
Con el avance del conocimiento científico, cada vez es menos necesaria la utilidad del concepto de Dios en las sociedades humanas. Su persistencia se debe a la ignorancia, en particular en las religiones más atrasadas y las sectas más radicales (Que derivan de todas las grandes religiones del mundo) Pero no sería justo atribuir a la ignorancia todo el peso de la persistencia de un concepto que el ser humano creo en el inicio de los tiempos. La realidad es que el ser humano sigue creyendo en Dios por las mismas razones básicas por las cuales lo hacía cuando lo concibió. Quizá haya llegado a conocer la naturaleza de todos aquellos fenómenos naturales que le llevaron a crear un concepto que los explicara. Pero en esencia, el ser humano desconoce las razones por las cuales existe. Conocemos mucho más de nuestro origen pero desconocemos absolutamente nuestro propósito. No sabemos porqué estamos aqui. Porque existimos. No sabemos que nos espera tras la muerte. Si bien es cierto que la gran mayoría de las personas que creemos en la ciencia, consideramos la muerte como el fin definitivo de nuestra existencia, dado que no creemos en una vida futura sobrenatural, la inmensa mayoría de las personas que profesan una religión se aferran a sus creencias dogmáticas precisamente por esa esperanza o fe en una vida después de la muerte, que en mi opinión no es mas que un escapismo y una negación de la misma.
El ser humano sigue creyendo en un Dios -o en varios dioses, como es el caso de la India- debido a su miedo a lo desconocido y por sobre todo su miedo a la muerte.
Tomando en cuenta que esto no va a cambiar ni a corto ni a mediano plazo -quizá nunca- debemos aceptar el hecho de que las religiones organizadas seguirán existiendo en las sociedades humanas, probablemente hasta el fin de la existencia de la raza humana.
Cabe hacer una distinción entre lo que es una religión y lo que es creer en un Dios moral y antropomórfico. Un ser humano puede creer en dios sin adherirse ni profesar los ritos de ninguna religión. Puede también creer en un Dios distinto al del cristianismo, el judaísmo o el islam. Aquello que algunos científicos llaman la suma de todas las leyes de la naturaleza, lo cual es un concepto moralente insatisfactorio, completamente diferente al establecido por las grandes religiones y francamente una fuente constante de malas interpretaciones.
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Variando de una región y religión a otra, el hecho es que en la actualidad, la libertad de culto está garantizada en prácticamente todas las leyes del mundo. Creo en ese derecho y creo en la libertad de expresión. Aún cuando no comulgue con sus creencias ni con sus ideas, no me cabe duda del derecho inalienable que una persona creyente tiene para expresar sus opiniones.
El problema surge cuando esas opiniones atentan contra la libertad de otras personas, algo que es prácticamente la regla en esta cuestión.
No pretendo afirmar que todas las personas que creen en un Dios moral y que además profesan alguna religión defiendan ideas retrógradas y promuevan el odio en todas sus variantes dentro de una sociedad. pero la realidad es que un gran número de ellas si lo hacen.
Los creyentes radicales e ignorantes -dos adjetivos que necesariamente van unidos- tienen todo el derecho de decir que los homosexuales, las madres solteras, las mujeres que no llegan vírgenes al matrimonio, las mujeres adúlteras -siempre las mujeres-, las personas que no profesan su misma religión, los ateos y los agnósticos arderemos en las llamas de un infierno inexistente por los siglos de los siglos tras nuestra muerte. Sin embargo, nosotros tenemos el mismo derecho de no ser molestados, criticados, estigmatizados y en esencia agredidos por personas que no alcanzan a vislumbrar que sus opiniones son solo eso: opiniones, y no dogmas grabados en los mandatos de moisés, en las insufribles páginas del Coran o en el Nuevo testamento.
En muchas sociedades -particularmente las mas atrasadas culturalmente o aquellas en las cuales proliferan las religiones más intolerantes- aún es un tabú el proclamarse ateo o agnóstico. Existe libertad de culto. Pero nadie habla de la libertad de no profesar culto alguno.
Creo que esto es algo que tendrá que discutirse cada vez más frecuentemente en un mundo en el cual las grandes religiones están perdiendo adeptos aceleradamente entre una juventud que cada vez le interesa menos adherirse a instituciones anquilosadas y retrógradas que cargan casi sin excepción con un pasado negro, marcado por la sangre y la promoción de todos los cánceres de la sociedad: la misoginia, la homofobia, la intolerancia religiosa, las guerras por religión, la marca de la herejía en aquellas personas pensantes que frecuentemente ardieron en la hoguera por proclamar ideas contrarias al status quo imperante y el odio, la discriminación y la violencia en general hacia los otros que no pensaban de la forma que las autoridades religiosas querían que pensaran.
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