La única forma de abrir los ojos ante la realidad en todo su espectro es viviendo. Viviendo buenas y malas temporadas. Experimentando la más intensa felicidad y sumergiendose en los confines del abismo.
Solo desde estos dos extremos nos es posible observar y conocer aspectos de la realidad circundante, de los demás y de nosotros mismos que no podríamos conocer de otra forma.
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