Carlos Fuentes
El fin de toda vida es la muerte, una reina todopoderosa que nos precedió y seguirá aqui cuando desaparezcamos ¿Nos anunció antes de ser? ¿Nos recordará después de haber sido?
La muerte espera al más valiente, al más rico, al ´más bello. Pero los iguala al más pobre, al más cobarde, al más feo, no en el simple hecho de morir, ni siquiera en la conciencia de la muerte, sino en la ignorancia de la muerte. Sabemos que un día vendrá, pero nunca sabemos lo que es. La esperamos con diferentes grados de aceptación, de fueria, de tristeza, de cuestionamiento, de arrepentimiento, de eso que Xavier Villaurrutia llamaba nostalgia de la muerte. Hacemos el balance de nuestra vida, pero sabemos que el verdadero fiscal es la muerte y que su veredicto lo conocemos de antemano. Compañera final e inevitable. Pero ¿Amiga o enemiga? Enemiga, y más que enemiga, rival, cuando nos arrebata a un ser amado. Que injusta, que maldita, que cabrona es la muerte que no nos mata a nosotros sino a lo que amamos. Sin embargo, esa muerte enemiga es la que podemos vencer.
Permanece sin embargo, el hecho de que, precedidos o sucedidos, olvidados o recordados, morimos solos y, radicalmente morimos para nosotros solos. Quizás no morimos del todo para el pasado pero ciertamente morimos para el futiro. Quizá semaos recordados pero nosotros mismos ya no recordaremos. La muerte es el tiempo sin horas.
Hay quienes esperan que la muerte los ibere de su propia memoria. Hay quienes lamentarán toda su vida (la que les resta) no haber prestado atención, no haber tendido la mano o escuchado a la persona que se fue para siempre.
Creemos que la muerte de hoy dará presencia a la vida de ayer. Con Pascal reptimos "Nunca digas, lo he perdido" Mejor dí: "Lo he devuelto". Piensa que es cierto. Hay quienes mueren para ser amados más. Piensa que el muerto amado vive porque el amor que nos unió esta vivo en mi vida.
Las ideas nunca se realizan por completo. A veces se retraen, invernan como algunas bestias, esperan el momento oportuno para reaparecer. El pensamiento no muere. Solo mide su tiempo. La idea que parecía muerta en un tiempo reaparece en otro. El espíritu no muere. Se traslada. Se duplica. A veces suple, e incluso, suplica. Desaparece, se le cree muerto. Reaparece. En verdad el espíritu se esta anunciando en cada palabra que pronunciamos. No hay palabra que no esté cargada de olvidos y memorias, teñida de ilusiones y fracasos. Y sin embargo, no hay palabra que no venza a la muerte porque no hay palabra que no sea portadora de una inminente renovación. La palabra lucha contra la muerte porque es inseparable de la muerte. la hereda, la hurta, la anuncia. No hay palabra que no sea portadora de una inminente resurreción. Cada palabra que decimos anuncua simultáneamente otra palabra que desconocemos porque la olvidamos y una palabra que desconocemos porque la deseamos. Lo mismo sucede con los cuerpos, que son materia. No nos desprendamos de estas promesas de la muerte.
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